domingo, diciembre 23, 2007

Del hablar por hablar y de la conversación quebrada con C. J. Cela al fondo.

El aovado con cabeza de saurio gastaba un reló dorado tan pesado como una estrella colapsada. Debía de ser pieza de estreno, sino única o de museo, a juzgar por los gestos fuera de lugar -algunos como de tragasables- con los que lo ostentaba. Mi plaza era de nubes y rojizos tornasolados; de pasillo la suya. Entre ambas antípodas conceptuales (el palabro suena bien aunque me temo no sea del todo exacto) mi amigo Aníbal dormía como un tronco. Por el modo tan sublime con el que mi amigo en toda circunstancia duerme, apostaría que algún negocio se trae a pachas con el hideputa de Morfeo, el de la planta de adormidera en la mano y alitas de mariposa cargadas a la espalda. Iconograficamente Morfeo pica a maricón y Gadafi, le acabo de ver en la tele, a travestón, a echadora de cartas con tendencias marranas. Aníbal no. A mi amigo le he visto dormir, en Managua, sobre el mostrador de una tienda de comestibles desabastada mientras a dos cuadras las tanquetas de la Guardia Nacional y las botellas incendiarias de los insurgentes se explayaban. Imbéciles: muerte, ruido y humo para cambiar de amos.
Al otro lado del pasillo un joven muy pulido con barbita neroniana, si es que Nerón gasto alguna vez barba y la figura vale. Un joven, digo, entre nervioso y apocado que, a mi pesar y con supino desinterés, supe se llamaba Ignacio, era socio del Osasuna, aborrecía hasta lo patológico a los insectos, montaba en moto y tenia una novieta -enfermera- que le exigía mucho. Ambos, el joven pastueño y el saurio, trabajaban en algo relacionado con la industria farmacéutica. Eran colegas... La especialidad concreta del dúo me paso por alto, acaso, porque en el momento me encontrara leyendo un articulillo ajedrecistico sobre las "partidas de mínima duración por mate" (Hay ocho series de movimientos que empiezan en la posición inicial de la partida y terminan en mate al segundo movimiento de las negras; ejemplo: 1.- P3AR, P3R; 2.- P4CR, D5T mate; 347 series que terminan igualmente con mate al tercer movimiento de las blancas y 10828 al tercero de las negras), o escuchando "La danza de los cocheros" de Petrouchka, o embebido en un arcaico "Tratado de estereotipia, galvanotipia y metalografia tipográfica" que ha perdido todo sentido practico, aunque dilucide no pocos asuntos de interés tecnológico.

- ¿Y qué hay de nuevo en esto, Gaiferos? ¿Donde está la consecuencia ética o moraleja? Me temo que por dar visos de continuidad a este, su colchón de insulseces, termine usted escribiendo depravaciones o la más depurada de las bobadas. Cuente, oiga.

- Cierto que de nuevo no hay nada, como debe de ser y las ordenanzas mandan, y la moraleja es usted, atento lector, quien la debe de sacar al ruedo para lidiarla. Así que no se me sulfuren, coño, y déjenme seguir. Por cierto, depravación y de las grandes es hacer pasar al "canon digital" por constitucional. Miren, que una entidad privada sea depositaria y gestora de un impuesto estatal obligatorio e innecesario, suena cuando menos a bandidaje. A lo peor hay que ciscarse en ese papelucho que a nadie parece importar e introducírselo por las tragaderas a quien corresponda. Puñado de tontos en vísperas argumentan que el diezmo servirá para llevar a justo termino las ganancias de nuestros mas valiosos conciudadanos, perjudicados ellos, pobriños, por la terca incivilidad del paisanaje. Joder, que chuscada; será la ganancia de alguno de los suyos, digo yo. Si los mas granados intelectualmente de entre los nuestros perteneciera al gang, mejor que España se hundiera en el mar y que el diablo nos llevara a todos. Esto es de autoexilio, repugna y da asco.

En fin, es hora de cerrar el circulo de lo inefable.

La singularidad de la extraña pareja era evidente. Su nula comunicación verbal... de elevado rango. Apenas rompía a hablar el joven trefe cuando, egotico, saltaba el saurio como a resorte y le mordía las palabras, engullía todo atisbo de conversación fundada. Mira que uno ha visto cosas, pero hasta la fecha jamas canibalismo verbal de semejante categoría. Estoy por asegurar que en cuatro horas largas de vuelo no termino el pobre muchacho mas de media docena de frases. Para pasmarse, señores.

Sabido es que mediante la agudeza, la conversación puede convertirse en un arte: exigente, difícil, mejorable, espontaneo..., como todo arte. Sobre la conversación se ha teorizado mucho, empezando por los metódicos señores socráticos. Se han escrito centón de métodos inútiles sobre la misma y no hay diccionario filosófico que se precie que no la reserve un abundoso espacio. Unos y otros trastean en vano con las palabras, y obvian que el buen conversador llega a serlo mediante una acción pedagógica temprana. Nadie, por lo que he visto y leído, se preocupa de cosas capitales como la adquisición natural del lenguaje como fenómeno de intercambio; el entorno en el que se lleva a cabo; su desarrollo rítmico y guiado; tampoco de los desordenes perturbadores de su naturaleza enumerativa; ni de la imitación y el continuo ejercicio... Cuentan, a saber por qué, de la complicidad entre el lenguaje escrito y el lenguaje hablado. Mentira. Los mejores conversadores que conozco apenas se ponen ante un folio en blanco quedan paralizados. Tampoco hay que confundir el narrar con el conversar, puesto que las coordenadas espacio-temporales son del todo distintas: se narra, mejor o peor, con la memoria; se conversa, sin embargo, siguiendo las pautas cerebrales de influjos auditivos inmediatos...

Lo dejo, coño; estamos en vacaciones y no es tiempo de catequizar a nadie.

Por acabar: Como adicto al buen vino conversado (se puede probar que la palabra mejora cualquier noetico caldo; al fin, es la charleta sacerdotal, entre los católicos, la que místicamente transubstancia el vino), mi nadar es entre excelentes conversadores. Yo también creo serlo, pero en mi no tiene mérito ninguno, puesto que mi aprendizaje primero tuvo lugar entre individuos que, a falta de otras mundanidades, dominaban de pe a pa esta incruenta esgrima verbal de la que hablamos.

A primeros de los años cincuenta del pasado siglo, Camilo José Cela escribió al respecto:

SOBRE EL DELICADO PLACER DE LA CONVERSACION
(Cuando el niño sabe decir piedra, entonces la mollera se le cierra)

Siempre he creído, y no sería cosa de volverme aquí atrás, que eso que se llama el delicado placer de la conversación suele ser tara, más que virtud, y cortina de humo, antes que chorro de luz.

Con frecuencia, el buen conversador cubre de palabras su hondo vacío de ideas y adorna, con su pronta voz, el desierto de su tardo discurrir.

Reunirse «a conversar», que se tiene por fino pasatiempo, se me antoja algo tan rigurosamente inútil como reunirse a no hacer nada. En el mejor, o, por lo menos, en la mayoría de los casos, la conversación no pasa de ser un juego de sociedad como el bridge o el pinacle.

No creo que tuviera razón Pascal al decir que con la conversación se forman el espíritu y el sentimiento. Esto, bien mirado, no es sino vana palabrería y, a la postre, «tema de conversación». A menos que Pascal, cosa tampoco improbable, llamara conversación a algo que, por regla general, no llega a alcanzarse entre los conversadores al uso.

Se puede hablar o conversar por razones múltiples. Se puede hablar por hablar; se puede hablar para hacer huir las horas (Ovidio); se puede hablar por pedantería; por llamar la atención, por gimnasia, por vanidad. La Rochefoucauld deja bien sentado que, a menos que la vanidad le haga hablar, el hombre habla muy poco.

La conversación, en un noble y alto sentido que el tiempo y otras circunstancias le han ido haciendo perder, sí pudo haber sido, entre elegidos, un noble empeño, una aleccionadora realidad; lo que sucede es que la conversación ha muerto, como la poesía épica o las civilizaciones antiguas, y sus últimos flecos -eso que se llama, digo, el delicado placer de la conversación- hieden a carroña al aire, a mojama que se obstina en perfumarse con pachulí.

Las dos balas, o los dos navajazos, que hirieron de muerte a la conversación, fueron el pasarse -los conversadores- el tiempo «contando cosas», actitud que condujo al uso y abuso del chiste, ese antifaz que, sin serlo, finge el ingenio, y el no «pararse a pensar las cosas» y hablar al acelerado ritmo que se nos impone y que no siempre está sintonizado con nuestras entendederas. En menos palabras: se ha cubierto el sano discurrir con la gruesa manta de lo ingenioso, de lo agudo, y el sano discurrir se ahogó. (Obsérvese que el hombre ingenioso en la conversación suele quedarse en eso).

La Bruyère, que estudió este fenómeno de la conversación con tanta sagacidad como detenimiento y solidez, afirma que hay personas que comienzan a hablar un momento antes de haber pensado, y añade que una de las señales del ingenio mediocre es la de estar siempre contando cosas. La certera observación de La Bruyère se ha acentuado de su tiempo al nuestro: hoy hay más conversadores que razonan a remolque de su palabra y más irredentos contadores de chistes que nunca hubo.

Las cosas han llegado a semejantes graves extremos , que cualquier persona que ande un poco por el medio puede ser testigo de esas conversaciones «a tema fijo», en las que se intenta discutir, por ejemplo, qué es más importante, si amar o ser amado, o cualquier otra zarandaja por el estilo.

Insisto en que, como juego de sociedad, la conversación, como el parchís o la canasta uruguaya, puede cumplir perfectamente esa subfunción a que ha quedado reducida, pero el buen arte, el noble arte de la conversación es algo que se ha perdido. Por eso le llamamos, en irónico y doble sentido, «delicado placer», placer para uso de «snobs», de dogmáticos y de bachilleres. Massimo Bontempelli dice que ya no hay quien conozca el arte de la conversación, de la discusión. Conversar -añade- es entrar en el surco que ha trazado el otro e insistir en el trazo y perfección de aquel surco; dialogo es colaboración.

Para nuestra desgracia, estas nobles palabras de Bontempelli no sólo no han perdido vigencia, sino que, a medida que los años pasan, cobran nuevos y más lozanos impulsos.

Hoy, a la gente, no le gusta conversar, departir, hablar con sus semejantes, sino tener razón a ultranza y caiga quien caiga. O, al otro extremo del alambre, hoy a la gente, también se puede afirmar, lo único que le place es «conversar», en su más inmediato y riguroso sentido etimológico, esto es, dar vueltas a las cosas, aunque jamás se llegue al fin.

Las apologías de la conversación que hicieron los antiguos -Cicerón, Ovidio, Plinio, Séneca- han perdido vigencia, y sus palabras nos suenan ya a hueco reflejo de más felices tiempos.

A mi juicio, la conversación ha muerto agotada, ha desaparecido porque la hemos acabado como un queso, ni más ni menos, Los hombres pasaron por un tiempo - quizás un tiempo que va desde fines del XVIII hasta la segunda mitad del XIX- en el que creyeron que los negocios del alma y del estado podían arreglarse a fuerza de hablar de ellos, y tanto y tanto hubo de hablarse de todo, que la conversación, como algunas especies animales de períodos geológicos prescritos, se acabó.

Los rabos sueltos que aun quedan, de cuando en cuando, por ahí, no son sino un mero espejismo y jamás una realidad.

Y sus cultivadores, algo tan raro y tan benemérito como los concertistas de clavicordio.

Don Gaiferos (el "don" es imprescindible)



martes, diciembre 04, 2007

Yo que fui mochil del maestro Durero. (Crónica viajera).

Obsérvese como la cabecera de este apuntamiento es un “goyesco dos de mayo” de la divertida, conseguida y agridulce obra de Bohumil Hrabal titulada: “Yo que he servido al rey de Inglaterra”. No hay casualidad en ello. Titulo así a este mistifori como homenaje al autor citado y a la libertad narrativa. No obstante he de apuntar y apuntalar algunas cosas: Esta va a ser una posada larga en relación con lo que se lleva, a ratos enrevesada, culta a medias y a mi modo fantasiosa y disparatada. Pero nadie tema, que, de permitírmelo el tiempo, la aliñare de modo que sus ingredientes - hechos ciertos e incontestables, verdades a medias y dislates de una imaginación fuera de cauce- resulten indiscutiblemente diferenciables. Vaya por delante, sin embargo, mi voluntad de divertir e instruir. Es decir, no jodan con naderías historiograficas y tomen ustedes la mosca por do quieran.

Y las maletas sin deshacer. ¡Dita sea...!

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Antecedentes.

El 19 de enero 1519, acaso su "tiempo" impulsado hacia el agotamiento por el dedo imperceptible de su vida tumultuosa, muere el emperador Maximiliano I. En el sainete sucesorio subsiguiente todo esta enredado, no hay nada claro. Muerto el perro las reses se desmandan, y las promesas hechas en la Dieta de Augsburgo de 1518 por los Electores de Maguncia, Colonia, el Palatinado, Brandeburgo y Bohemia de sostener la candidatura de su nieto Carlos quedan en nada; resultan sin valor ni efecto. Hay necesidad de empezar de nuevo. El otro primer espada del cartel es Francisco I, rey de Francia. Otro postulante es el rey de Inglaterra, aunque mas por joder que por otra cosa. El Papa, por costumbre inveterada y mas pendiente de los bienes temporales que de los espirituales, siembra cizaña entre los contendientes para luego meter la cuchara en el sopicaldo y sacar tajada. Hay momentos tan delicados que la propia Margarita de Saboya, valedora leal de su sobrino Carlos y dama de tanta mano izquierda como bragada, desespera. Pero las cartas siguen corriendo de mano en mano. Carlos tiene problemas en Castilla; para los tiempos que corren, Francisco reina en un país pacificado. Carlos esta a dos velas; los enviados de Francisco, poco discretos e inconsecuentes, reparten dinero a manos llenas. Aunque valiente, generoso y prodigo, Francisco es voluble y poco resolutivo; Carlos, sin embargo, es tenaz, duro y seco como un asno zamorano. Francisco dilapida; Carlos fía su suerte a las magnificas tripulaciones de sus naves americanas. Mientras uno se agota el otro promete maravillas y hace amigos alemanes. Con valores tanto exóticos como tangibles en las manos, Carlos se procura de la casa de banca Fugger un préstamo inicial de 500.000 florines, destinados a comprar brazos armados y voluntades. Poco tiene que hacer el francés, puesto que al punto su crédito no vale nada, ya que la liga de Suabia prohibe a sus comerciantes aceptar sus valores. Transige "cagaillo" el Papa y, tras un coste de 850.000 florines, el día 28 de junio de 1519, los Electores votan por unanimidad en Francfort la elección de Carlos.

Merced a la simpatía que Maximiliano tuvo por Durero, la ciudad de Nüremberg le había pensionado con una renta anual de cien florines. Su muerte podía significar la cancelación de este beneficio, pues el consejo municipal quizá no se atreviera a confirmarlo sin la autorización expresa de Carlos V, llamado a ser el nuevo Emperador de Alemania. Por eso, sabedor el maestro de la inminente coronación en Aquisgrán de Carlos como emperador del Sacro Imperio Romano, acompañado de su mujer, Agnes Frey, emprende, próximo ya a los cincuenta años, viaje para ver su renta vitalicia confirmada. La anuencia imperial a tal privilegio tiene lugar en Bruselas, a finales de agosto de 1520. Luego, dispuesto a vivir nuevas experiencias artísticas y humanas, continua el maestro viaje hacia los Países Bajos.

Agnes, aquella Até implacable y dominante, de ninguna manera hubiera permitido que Durero se echara a los caminos solo, como antaño lo hiciera cuando se trasladara a Italia, donde conoció a los artistas más famosos de la época. Hijo de su tiempo al fin, Durero había contraído nupcias por conveniencia paterna, sin ser consultado previamente, ajeno por completo a la naturaleza desabrida de aquella que, más que fiel esposa, fue piedra imán de sus desgracias.

De como este cagalabraga cayo sin red en esta historia.

En fecha que no es necesario precisar, mi madre, G*R*, hija del maestro espadero de nacion portuguesa Hipólito Rebelo, soltera, y a la sazón cocinera de la casa de J*H*, ricohombre de la ciudad de Fürth, ajustome a mi, A*R*, como servidor del maestro Alberto Durero, honorable de la ciudad de Nürenberg, a fin de que le sirviera con entendimiento y lealtad, desde el día siguiente al de la fecha, hasta el cabo del viaje, y no más, que estaba a punto de emprender para la resolución de un asunto que tenia con el Rey.

Era entonces yo de catorce para quince años, estaba lustroso por lo bien comido, vivía con la alerta picara de un gato pajarero, estudiaba con Vespasiano Boloñes, un maestro calculista que me enseñaba la magia de los números a puñadas, echaba vello do más deseaba y cumplía con mil y una bellaquerías. En ocasiones ayudaba en la oficina de Sebastián Hutz, un impresor (a más de libros imprimía indulgencias, calendarios y panfletos sobre temas efímeros) e importador de papel que pretendía a mi madre. Maese Sebastián tenia el cabello como el fuego, era grande como una montaña y de carácter faustico; hábil metalista, cincelaba y fundía sus propios tipos. Su mayor orgullo era haber escrito e impreso un hermoso libro sobre el señor Lorenzo Valla. Con el tiempo contrajo matrimonio con mi madre y me dio dos hermanas y un hermano.

“En julio de 1520, coincidiendo con los días álgidos de la Reforma luterana, sale Durero, acompañado de su esposa y una criada, para los Países Bajos...”, suelen decir los tratados que comentan su peripecia viajera siguiendo su propio diario. Que mi persona no figurara en el original manuscrito (desaparecido), ni lo haga, aun pudiendo y debiéndoselo a la verdad, en otros sucesivos, les llamara menos la atención a ustedes, gente sagaz y avisada, tras conocer algunas condiciones que puso mi madre para mi empleo.

No pacto, por ejemplo, jornal ninguno por mis servicios. Si exigió sin embargo, alto y claro, que mis necesidades y gastos corrientes fueran satisfechos con la puntualidad y calidad de un propio de la casa, que monsieur Durero, personalmente, me instruyera en la conducta de un hombre honorable, mirara por mi educación artística y me enseñase a ver critico el mundo. Y lo que es más esclarecedor e importante: que bajo ninguna condición o circunstancia, sirviera a otro que no fuera él, sino era por mi gusto y con su aquiescencia. Esta condición aparentemente leonina se debió, supe después, al hecho de que mi madre sabia, ¿acaso de primera mano?, del carácter resabiado y tiránico e imperativo de Agnes Frey, de quien Jorge Hartmann, amigo del señor Durero, llego a decir: “Le había roído el corazón de tal manera, endureció su carácter con sufrimientos tales, que bien podía decirse que Albert había perdido la razón. Jamás le permitía interrumpir su trabajo, le alejaba de todas las sociedades, y con lamentaciones continuas, le tenia encadenado a la obra, sólo porque le dejase una grande suma de dinero después de la muerte. Siempre estaba atormentada por la idea de morir en la miseria, y este temor sigue torturándola aún hoy en día, a pesar de que Durero le ha legado cerca de seis mil florines...”

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Apuntes al casual extraídos del diario de viaje del maestro Durero:

«Algunas semanas después de la Pascua de Pentecostés he emprendido el viaje, yo, Alberto Durero, con mi esposa, desde Nüremberg a los Países Bajos, haciendo el trayecto por mi propia cuenta y riesgo»

 Recordar que de aquella las fiestas movibles que subseguían a la Pascua de Resurrección eran cuatro; esto es, Ascensión, Pentecostés, Trinidad y Corpus Christi._ Como se ha visto, a su mujer y a él les acompañábamos B*. y este modesto escribiente._ Antes de partir, mi amo expidió gran numero de cartas dirigidas a los notables de los lugares por los que pasaríamos. Mi señor, además de tener un gusto enfermizo por asomarse a los espejos, era un hombre de sólida reputación y de muchas aldabas.

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«He pasado por Bamberg, donde he regalado al obispo un óleo de la Virgen, los grabados de "La vida de Nuestra Señora" , un "Apocalipsis" y otro grabado que me ha comprado por un florin. Su eminencia me invitó como huésped suyo, y me dio una carta para la aduana y tres salvoconductos, librándome además de la cuenta de la hospedería, donde había consumido alimentos por valor de un florín... »

 Tres salvoconductos, cierto. Yo no necesité de ninguno por haber embarcado previamente en la barcaza de unos carboneros. Llevaba conmigo al perro Teer, muy afecto a mi amo; un cartapacio con grabados que mi señor pretendía vender por do pasáramos para costear el viaje; sus ropas de gala y una vihuela que su malhumorada esposa, el diablo la atormente con toda su saña, solía rascar sin mérito.

«También he dado al capitán del barco seis florines de oro por llevarnos de Bamberg a Franfort. También los maestros Lorenzo Benedict y Hans me han regalado el vino...»

 Esta etapa fluvial fue siguiendo el curso del Meno, en tudesco "Main", río de muchas revueltas que cuando la nieve le crispa resulta ser terrible._ Por su aspereza, unos buches que guardome B* no resultaron de mi agrado. En casa era de uso un vino betico fermentado en tinajas de barro claro.

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«... Después nos trasladamos a Amberes. Allí me instalé en la fonda de Jobst Planckfelt; y la misma noche fui invitado a una comida opípara que me ofreció el representante de Focker, llamado Bernardo Stecher, pero mi mujer comió en la fonda. Al capitán del barco le he dado por llevar a tres personas, tres florines de oro, y al que nos llevó las mercancías [...]. El sábado siguiente a San Pedro, mi huésped me condujo a la nueva Casa Municipal de Amberes; recién construida, desmesurada en tamaño y casi bien proporcionada, con unas cámaras excepcionalmente bellas y grandiosas, con un torreón lleno de los más magnificentes ornamentos, un jardín inmenso: en suma, un edificio tan magnifico como no lo he visto en los países de Alemania...»

 Con este Jobst Planckfelt mantuvo mi señor una gaya e imperecedera amistad. Era reidor y desprendido; su fortuna venia de los días que corrió como teniente de un condotiero; cuando le conocí renqueaba de la derecha y tiraba a obeso._ A este don Stecher faltabale una mano que tronchole un ingenio hidráulico minero. Era capaz de jugar a naipes con los pies y tenido por fiero y duro. Como caile en gracia por recitar de corrido muchos epigramas picantes de aquellos que escribieran en la antigüedad los señores romanos, los alfabetos griego y hebraico, así como de cuentas y libros de asiento, regalome una daga turca y una capa de pieles a mi medida. Solo comía carne de pluma, hígado de caballo encebollado y miel sarda. A tal dieta la tenia por antipestifera._ Duele pero es verdad. No hubo en los tiempos matrimonio peor trabado. El apuntamiento "mi mujer comió en la fonda" es una expresión de puro gozo. La mohína con la que la petarda envolvía a mi amo llevabale a la melancolía extrema y al desapego. Con razón quienes en verdad le apreciaban ponían todo su arte en tratar con el a solas, sin aquella pestilencia consuntiva que tenia como figura a la ávida arpía con la que le casaron.

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«... También he estado en la casa del maestro pintor Quintín (Matsys), donde he admirado sus obras y su estudio. He asistido a un almuerzo espléndido ofrecido por Staiber. Otra vez he comido con el Embajador de Portugal, a quien he hecho un apunte al carbón. Además he hecho otro apunte a mi hospedero. Jobst Planckfelt me ha regalado unos corales de India...»

 El maestro, decía mi amo, "pinta caras feas muy bellas". Le admiraba de verdad. De aquella posaba en su estudio una preñada muy bella que saldría en un lienzo como Virgen de la Adoración. Por broma me mandaron a casa de un cerero que tenia seis hijas vírgenes y un perro muy fiero. Regrese con la manda de velas y las ropas hechas jirones. No me importo porque obtuve otras nuevas y estrene mi daga en las nalgas de un aprendiz que maese Quintin tenia. Por mi comportamiento mi señor me retrato al carbón mientras trasegábamos unas cervezas._ ¡Puaff!, este Staiber era un millonetis de Nüremberg por el que jamas tuve aprecio alguno. Mi señor le aguantaba y su esposa le adoraba. Codicia, pura codicia.

«... He vuelto a comer con el de Portugal. También he comido otra vez con Alejandro Imhoff. También he vendido a Sebaldt Fischer, de Amberes, 16 pequeños grabados de la Pasión, por cuatro florines...»

 Este portugués era dicho don Francisco Brandan.

«... He hecho un apunte al carbón de estos genoveses: se llaman Tomasino Florianus Romanus, natural de Lucca, y los dos hermanos de Tomasino, de nombre Vicente y Gerardo, todos ellos de la familia Pumbeley. Estas son las veces que he comido con Tomasino [III]»

 No teniendo facilidad para captar el sonido de los apellidos italianos, mi señor apunta de oído; el verdadero de estos genoveses es Bombelli, de los cuales el mayor, Tomasino, residía en Amberes, en calidad de comerciante en sedas._ Para quien no este debidamente apercibido, el hecho de que mi señor paloteara entre corchetes el numero de veces que yantara de gorra con el genovés, quizá les resulte un rasgo ingenuo. No es así; todas y cada una de sus anotaciones de carácter "practico" o pecuniario estaban ideadas para bailar el agua a aquella mala hembra que el viejo Albrecht le pusiera en suerte. Contando con mi incontestable devoción por él y con mi buen fundamento a la hora de hacer cuentas, llevaba mi señor un libro de cuentas en secreto, una bolsa oculta de la que este escribiente era garante.

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«También he presenciado el domingo siguiente a la Asunción de Nuestra Señora, saliendo de la Catedral de Amberes, la reunión de todas las gentes, de todos los artesanos de la ciudad, cada cual ataviado según su estado. Cada oficio, igual que cada gremio, llevaba su enseña especial, por la que se conocía su profesión respectiva. También había allí, de diversos tamaños, clarines de brillos plateados, a la costumbre gala. Y también había flautistas y tambores, a la guisa germánica. Todos estos instrumentos fueron ruidosamente empleados. Así, pues, presencié en las calles, separados por breves intervalos, la procesión de las corporaciones: los orfebres, pintores, marmolistas, hiladores de seda, escultores, ebanistas, carpinteros, marineros, pescadores, carniceros, curtidores, hiladores de lino, panaderos, sastres, zapateros y toda clase de artesanos a algunos comerciantes dedicados a los comestibles. También se hallaban allí los vendedores de especias, los mercaderes y toda suerte de ayudantes de aquéllos. Después desfilaron las fuerzas armadas: los arcabuceros, los arqueros y los servidores de las alabardas, y, por último, los viajantes y los peregrinos, seguidos de los escribanos y de una multitud de gentes municipales. [...] A pesar de la diferencia de los gremios, todos coincidían en su aspecto: el devoto fervor. En aquella procesión participaba también una muchedumbre de viudas, de las que se mantienen por su trabajo y se ajustan a una regla especial, todas ellas tocadas de un velo blanco que llegaba hasta el mismo suelo: ha sido un placer el verlas pasar tan fervorosamente. Luego vi a los señores de la Catedral de Nuestra Señora, con los sacerdotes, los sochantres y monaguillos, desfilando en medio de la más esplendente magnificencia. Veinte personas portaban una imagen de María con el Niño Jesús, adornado hasta en sus más pequeños detalles, y todo ello en honor de Dios Nuestro Señor. En toda esta procesión admiré cosas que me produjeron grande gozo y placer: desfilaron los profetas, con arreglo al orden del Nuevo Testamento, y después: la Salutación Angélica, los tres Reyes Magos cabalgando sobre grandes camellos, la huida a Egipto... Luego, Santa Margarita... Después, San Jorge con sus siervos, un San Jorge bellamente acorazado...»

 Desfiles procesionales de este jaez solo he visto el que tuvo lugar en Bruselas durante los funerales de Carlos I. Recuerdo con toda nitidez aquella interminable procesión de pomposos gallos negros; los sahumerios; los suspiros elegíacos que brotaban del publico; los gorigoris exhortativos surgidos de la boca obscena de clérigos cebados como capones. Recuerdo la cara de circunstancia de graves y honorables señores vestidos con ropones de riguroso luto; recuerdo el run-run del oro en la bolsa de los limosneros; recuerdo los coloridos emblemas portados por nobles de calzas prietas y zapatos con hebilla de plata; recuerdo las empuñaduras enjoyadas de las espadas; recuerdo a los corceles hasta el suelo engualdrapados; recuerdo la melodía lastimosa de las bandas de pífanos y atambores. Recuerdo, como no hacerlo, un ducado de oro que halle entre la paja con la que habían orillado todo el trayecto de la comitiva... Pero de aquella procesión que tanto deslumbro a mi señor nada puedo decir. No la vi, que durante su transcurso me encontraba en un almacén de los muelles jugando con unos sollastres a los dados. Gane casi cuarenta maravedies y una joya; esta, una cadenilla de plata de la que colgaba, engastada, una piedra mágica de Calicut, ciudad enclavada en la costa Malabar, dísela a B* por permitirme hociquear entre sus pecosas y notables tetas.

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«... He regalado al Emperador de Portugal tres libros, que son: “La Vida de Nuestra Señora”, “El Apocalipsis” y la “Gran Pasión”; después, la “Pequeña Pasión” y una “Pasión” grabada en cobre. Todo esto vale, por lo menos, cinco florines. Lo mismo he regalado al señor Rodrigo, el otro portugués. El señor Rodrigo ha regalado a mi mujer un pequeño papagayo verde...»

 Mediante intermediario, se entiende._ Este era Rodrigo Fernández, un rico mercader con intereses en Indias. Posteriormente le conocí como cónsul de Portugal en Amberes.- Se trataba de un hermoso pájaro de pico ferrado y garras afiladas. Para mi gozo y disgusto de la bellaca, imitaba a la perfección el sonido de los goznes de puertas y ventanas, así como los gemidos femeninos propios del coito. Un buen día manifestó la hija de las Furias que escapó por la ventana. Puro embuste. Mandome al poco mi señor a casa de un físico que le procuraba remedio para cierto desorden humoral, cuando en la caminata que la manda requería, el pájaro me llamo desde un balcón en el que perchaba. Mano izquierda y unas blancas que saltaron de mi bolsa a la del portero me permitieron conocer la verdad. Era la casa residencia de la barragana de un naviero, quien había comprado el papagayo a una dama forastera mediante un intermediario. Vi al bicho e hicele algunas gracietas de las que solía. A mi señor nada dije por preservar su paz de espíritu y ver al pájaro lustroso y tranquilo.

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«En Bruselas he contemplado, en la cámara del oro del Ayuntamiento, los cuatro frescos murales pintados por el maestro Rogerio, el portentoso pintor de los Países Bajos. En la casa de Roenig, de Bruselas, he visto las bellas fuentes, el Laberinto, el parque zoológico: algo muy divertido, que me ha gustado tanto que es como yo me imagino en el Paraíso, y además nunca he visto nada semejante...»

 Los murales aquellos representaban temas históricos, y eran factura del maestro Roger van der Weyden.

«También he visto (en Bruselas) las cosas que le han traído al rey del país del oro: un sol de oro, de dos brazas de diámetro, una luna de plata, del mismo tamaño; hay dos cámaras llenas de las más extrañas armaduras, armas muy raras, maravillosos escudos, atavíos nunca vistos... Todas estas cosas de maravilla han sido valoradas en cien mil florines...»

 Toda esta parafernalia procedía de México, siendo su mayoría muestra de las armas, galas y alhajas al uso entre los señores aztecas.

«Me ha mandado llamar la "señora" Margarita, estando yo en Bruselas, diciéndome que sería la mediadora cerca del Rey Carlos, para que confirmase mi renta de Nüremberg... He pagado más de dos blancas para que me dejaran ver el retablo de Rogerio (van der Weyden)... También he estado en casa del elector de Nassau; en sus capillas tiene bellos cuadros, pintados por el maestro Hugo, y además he visto la magnificencia de todo su palacio, y la cámara donde se encuentra la cama que da cabida a más de cincuenta personas...»

 Hija del Emperador Maximiliano y regente de los Países Bajos; prudente dama muy retratada por cuanto pintamonas pasaba por su corte. Mi señor sentía profunda devoción por ella. Unicamente la vi una vez... en la distancia, en un jardín a la francesa; la mano enguantada asida a una traílla de la que tiraba un hermoso galgo; un grupo mixto de jóvenes retozones seguía sus pasos._ Desde la prudente distancia a la que me quedé, la cama, un artefacto de vetusto diseño, apenas impresionaba. Sobre un corro de sol un gato atigrado lamiase sus partes. La cámara era sombría y hedía cual oveja mojada. En tanto mi señor se hacia su propia composición del lugar, di en imaginar a obispos y margraves sobre aquella plaza disparatada, embudando por delante y por detrás a un rebaño de vírgenes temblorosas. Corría la especie de que cuando el diabólico engendro iba a ser utilizado, un enano negro, dicho don Brasas, la paseaba como quien ara un campo con un calentador de buen tamaño atado a la cintura. Seguramente decires de viejas en ella desfloradas.

«También me ha invitado a comer el maestro Bernardo, que ha preparado una comida tan espléndida, que no creo que haya gastado menos de diez florines...»

 Bernaert van Orley, para ser exactos, a la sazón pintor oficial de la corte de la señora Margarita. Evita mi señor decir que fue huésped de su casa durante seis días, tiempo que aprovecho para hacerle un hermoso retrato. En los días que corrían trabaja el maestro Bernardo en el diseño de unos cartones para los tapices de un palacio. Tuvo cuatro hijos pintores, y un hermano suyo también lo era.

«Y a Erasmo Roterodamo también le he regalado una “Pasión”, grabada en cobre. He tomado otro apunte al carbón de Erasmo Roterodamo. He regalado a Lorenzo Stercken un “San Jerónimo sentado” y la “Melancolía”... He tomado apuntes, al carbón, de seis personas, que no me han dado nada. He gastado algunas blancas por dos ejemplares del “Eulenspiegel”...»

 En un recio zurrón de naturaleza vulpina que regalome maese Sebastián antes de emprender viaje portaba, envueltos en una camisa de lino, cuatro libros prestos para ser usados. Tres pertenecían a mi señor, el cuarto era mío. Mío y únicamente de mi gusto, porque virtuoso a su modo, mi señor nunca quiso prestar oídos a las frivolidades que opinaba escribía el señor Aretino, nacido, como dice Joaquín López Barbadillo, en 20 de Abril de 1492, hijo de carne de placer. Su madre era modelo de pintores y cortesana de la más baja ralea: pobre y bella hembra de mil machos. Se llamaba Tita. Las historias dicen que lo engendró un tal Bacci, gentilhombre; pero es mejor decir que lo engendró cualquiera. De una hora de pasión o una hora de tormento, de un beso de insaciable amor o de un beso de borracho, fue formado el divino poeta, y su divinidad pasó por un vientre podrido para rodar un día hecha carne sobre el mísero lecho de un hediondo hospital.... De "Comedia del Herrador", que de esa pieza se trataba, hice exitosas y provechosas lecturas dramatizadas en las cocinas y salas de costura de aquellas casas principales por las que mi amo pasaba. Gustaba mucho y ponía pimienta en la piel de las señoras criadas. Eran los libros de mi señor, a los que el decía edificantes castillos de virtud y azote de las vanidades del mundo: “Utopía”, del señor Moro; “ Narresnschift” (La Nave de los Locos) del señor Sebastián Brant, y de su retratado Erasmo de Rotterdam, humanista de expresión latina, uno que se intitulaba “Encomium Moriae” (Elogio de la Locura). Y de estos imaginativos tratados, basados en la búsqueda de la paz y del bien común, leiale servidor párrafos cuando se hacia sitio en el taller de algún maestro local para pintar, por encargo y sobre tabla, y llevaba quebrada la inspiración o la perspectiva. Se conoce que aquellos granos de sabiduría vertidos por mi boca le inspiraban._ Fueron cinco y le dejaron bien pagado. Se trataba de un dux de la guardia del papa y de sus criados. Iba en secreto a la corte de Wittenberg. Diole mi señor al duque una carta para un colega suyo dicho Lucas Cranach. Los ducados y el apuntamiento de los mismos y su custodia fueron cosa mía._ Una obra torpe que pasa por ser el poema nacional flamenco; la edición era de Amberes y de Hoochstraatens.

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«Todos los recuerdos de Rafael del Urbino parecen haber muerto también con su muerte. Pero uno de sus discípulos, llamado Tomás Polonier, buen pintor, ha solicitado verme, y me ha regalado una magnifica sortija de oro, al estilo antiguo, con una piedra bien tallada, que vale cinco florines. Yo le he regalado uno de mis mejores grabados, que vale seis florines...»

 Ya he advertido sobre lo desfigurados que quedaban los apellidos italianos escritos o pronunciados por mi señor. La referencia es al Bolognese; es decir, el "Boloñés".

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«El día 23 de octubre, el Rey Carlos ha sido coronado emperador en Aquisgrán; allí he visto las cosas más preciosas, tales como ninguno de nosotros las ha visto jamás...»

 Hubo grandes fastos y una pantagruélica comida. A la chusma que acompañábamos a los menos principales de entre los principales, nos echaron de comer en un abandonado almacén que olía tenuemente a especias y tenia muchas columnas y grandes arcos. Por cuestiones idiomáticas hubo una bronca del carajo, y a un criado de un abad de Bohemia le saltaron un ojo con un trinchante.

«El viernes, día de San Simón, he partido de Aquisgrán, dirigiéndome hacia Düren, en cuya iglesia he estado, porque allí se conserva la cabeza de Santa Ana... De allí me trasladé a Colonia...»

 A fin de informar al maestro sobre la constitución y medidas de un Polifemo jibudo que se había avecindado en Lieja y, previas lecciones de las proporciones de la figura humana y de geometría, yo partí unos días antes en compañía de unos trajineros que llevaban en reata burros vinagreros. El trayecto Lieja Düren lo hice con un medico hebreo. Recordar que entre los escritos de maese Durero se encuentra “Unterweisung der messung” (Manual de mediciones con compás y escuadra).

«He comprado un tratado de Lutero por cinco blancas... Seis blancas por un par de zapatos... Una blanca por cerveza y pan. Además, una blanca por un pincel...»

 “Tratado acerca de la indulgencia y la gracia”, impreso en alemán. Desde que el 31 de Octubre de 1517, víspera de Todos los Santos, fijara sus 95 tesis en la puerta de la iglesia de Wittenberg, Lutero, un agustino de pantorrilla fina, cuello corto y cabeza gorda, tuvo su incondicional publico. Las 95 se difunden rápidamente por Alemania tras lo que es denunciado públicamente de hereje por los dominicos. La protección del príncipe elector de Sajonia, Federico el Sabio, le libra de su comparecencia ante el tribunal de Roma, que decide aplazar la causa ante las complicadas circunstancias políticas que suponían la elección de un nuevo emperador.

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«El lunes después de San Martín, en el año 1520, ha llegado a mi señor de Nüremberg la confirmación de mi pensión anual, aprobada por el emperador Carlos V...»

 Supimos de esta buena nueva por un montado que envió de propio el inconmensurable Wiilibald Pirckheimer, patricio de la imperial ciudad de Nüremberg, amigo y mecenas de mi señor. Compre para B*, de ocultis y por manda, un collar de cuentas y unas cintas para el pelo; para el aburrido Teer un filete de venado. La pécora se desato en jaculatorias de gozo.

«El día de San Martín, en la iglesia de Nuestra Señora de Amberes, han robado a mi mujer su bolso, y en él había 11 florines. Así, pues, hemos perdido este dinero, el bolso, y todas las otras cosas de valor, y también las llaves...»

 Y servidor ajeno al sainete, pues al punto me encontraba en casa de un zapatero, rogándole se sirviese echar unas medias suelas a las botas de viaje de mi amo. Llegue, eso si, con tiempo para ver a la doña fieramente enajenada, zarandeando con las sayas descompuestas a dos pobres y pasmados miembros de la ronda de guardia. El maestro hacia gestos resignados al cielo y B* sudaba de miedo. Salí de naja hacia la taberna de Muffel y me regale con una jarra de cerveza. Pasados los años reiría este incidente con el sochantre del templo de la Señora.

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«En Zelanda, según me dicen, ha aparecido una ballena muerta, arrastrada por una marea viva hasta la playa, y que mide más de cien brazas. Y no vive nadie en Zelanda que haya visto un animal ni siquiera tres veces menor que éste, y lo peor es que la ballena no puede ser apartada de tierra. El pueblo vería con agrado que el animal desapareciera, porque teme mucho a la peste y a los hedores. Además es tan enorme la ballena, que, según opinan, ni en medio año tendrían tiempo bastante para partirla en dos mitades y sacar de ella el aceite...»

 Le dije al maestro que la colonia aragonesa de la ciudad (Amberes) acabaría con la carnaza, antes de vísperas, si se entraba con ella en porfía. De inmediato nos pusimos en camino para verla, pero poco antes de llegar a Zierikzee unos músicos ambulantes con los que nos cruzamos dijeron que la ballena había desaparecido, pues no estaba muerta sino varada. En un fonducho comimos un pescado que nos sentó mal. El maestro no pudo tomar apuntes, así que el único que disfruto de la vuelta fue el can.

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«El 16 de marzo me ha regalado el señor Rodrigo seis grandes piñas de Indias, unos corales preciosos y dos grandes monedas de oro portuguesas, que pesarán sus buenos diez ducados. Le he dado a su mozo 15 maravedies de propina. Por 16 maravedies me he comprado una enorme piedra magnética. He cambiado un angelote para pagar el alimento. He pagado seis maravedies en la encuadernación...»

 Estaban bien artillados, eran los mas grandes y mejor arbolados de su época. Venían del otro lado del Atlántico, las bodegas, casi en secreto, cargadas con desconocidos productos de ornato y boca que, por su exotismo, avivaban las imaginaciones y daban pie a incongruentes leyendas. Su lugar de origen y rareza daba pie para que los marineros los vocearan en los puertos como mágicos. Los había que quitaban en un amen la borrachera, o curaban las sarnillas, o prevenían la caída del cabello; otros agudizaban vista y oído; también los había, muy solicitados, que armaban el miembro generatriz del hombre viejo para que bien fodiera... Así llego la piña o ananás; un gallo como untuoso y de colgante papada al que decían guajalote o pavo; los frijoles, porotos o alubias, también la yuca; un fruto rojo y carnoso, dicho jitomate; la hierba palo del sol o girasol, cuyas semillas eran comestibles y prensadas producían una sustancia oleosa de color claro; la guayaba, la papaya, la zarzamora, la vainilla, el cacao, el aguacate; una raíz como puño dicha batata; unas compactas mazorcas, nombradas choclos, con áureos granos que molidos daban una fina harina. Mi querido tabaco._ Conmigo de rondón y unos naipes a tiro, durole la propina a aquel bobo lo que un pedo en la mano._ Se trataba de una moneda fuerte en cuya faz aparecía la efigie del arcángel San Miguel._ Esto es, por un cuaderno de apuntes de buen tamaño que yo portaba colgado a la espalda cuando viajábamos.

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«... Y cuando llegamos a Brujas, me convidó a vivir en su mansión Juan Prevost, el pintor, y me preparó la misma noche un magnífico banquete, invitando a muchas personas de mi agrado... Después me llevaron a la casa del emperador, que es grande y preciosa. Ahí vi la capilla pintada por Rogerio, un magnifico maestro antiguo; di un maravedi a un siervo, que fue el que abrió el retablo para que yo lo viera. Después compré dos peines de marfil, por 30 maravedies. Luego me condujeron a San Jacobo, y me hicieron ver los espléndidos cuadros de Rogerio y de Hugo, que han sido ambos grandes maestros. Después contemplé la imagen de Nuestra Señora, obra de Miguel Angel, de Roma. Luego fuimos a muchas iglesias, donde he visto muchos cuadros excelentes y en copiosa cantidad. Y después de haber visto lo de Juan y lo de los otros, entramos en la capilla de los pintores, donde hay muchas cosas buenas...»

 Ante un capón y un vaso de buen vino conversado el maestro perdía el sentido. Quería el hombre compensar la penuria comunicativa de su casa y se le iba por la boca mas de lo que debía, pues contaba, como es el caso, secretos de su arte que mejor hubieran quedado en su magín guardados. Tanto contó en aquella cena sobre la mecánica de la xilografía y la naturaleza viva del color que yo, sentado tras el en la penumbra -como tantos otros propios- al oído de sus mandas, rabiaba. Botaba y rabiaba porque ninguno de aquellos tipos secos, desafiadores y ricos en ardides para sacar a todo provecho, se lo merecían. Y eso (o por eso) que entre ellos también había reputados pintores; pero eran estos de mano rígida y pincelada tan pesada que a la naturaleza hacían irreconocible, decadentes, pasado puro; siendo por el contrario mi señor, y aunque a el mismo le costara creerlo, el único de entre ellos capaz de representar un modelo junto a las sensaciones inherentes a su observación. Pero es que mi señor veía el sutil trasfondo de toda naturaleza y lo representaba, como hasta entonces nadie lo hizo, con aquellas manos danzarinas como libélulas que tenia._ Tómese "capilla" por un tríptico de van der Weyden que utilizaba Carlos V como "altar de Viaje".

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«En la tercera semana después de Pascua me asaltó una fiebre altísima, con desvanecimientos y mareos, desgana y dolor de cabeza. Y estando otra vez en Zelanda, padecí la enfermedad más extraña que pueda imaginarse, y de la que no he oído hablar a ningún ser humano, y aun sigo padeciéndola...»

 Como se deja ver, este apunte puede dividirse en dos partes, sin que necesariamente la una tenga relación con la otra. Y después de decir que mi señor era un hombre agraciado y bien constituido, afable en el trato, generoso con quien bien le servia (tanto que a veces la maldispuesta le motejaba de dilapidador), artista al fin y extremadamente elegante, por discreción me reprimo... Un físico de Toledo con el que el mismo emperador consultaba, diagnostico al maestro emponzoñamiento de la sangre por el mal aire tomado de alguna laguna.

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«El viernes antes de Pentecostés, en el año 1521, me llegaron nuevas a Amberes, por las que supe que Lutero había sido encarcelado...»

 ¿Encarcelado dice mi señor? Veamos: En 1520 son publicados los tres manifiestos de Lutero: Agosto: Manifiesto político: “Llamamiento a la nobleza cristiana de la nación alemana” . Octubre: Manifiesto dogmático: “Cautividad babilónica de la Iglesia”. Noviembre: Manifiesto ético: “De la libertad interior del cristiano”. Nada impresiono tanto como el Llamamiento a la nobleza cristiana de la nación alemana. Clarín de guerra le llamaron los contemporáneos. Se cuenta que trabajaban con el en la imprenta a medida que Lutero lo escribía. El 18 de agosto habían salido 4000 ejemplares hacia todos los puntos de Alemania, y los impresores no llegaban a dar salida a todos los ejemplares solicitados. Tuvo el escrito la virtud de unir a todas las clases sociales en forma desconocida hasta entonces. A su manera, fue un antídoto eficaz, por lo que a la mayoría de la población alemana se refiere, contra la bula de excomunión, que ya había sido publicada en Roma en junio de 1520. Eck, el encargado de publicar la bula en Alemania, había incluido en ella los nombres de Adelmann, Pirkheimer, Spengler y Carlostadio, que junto con Lutero constituían sus enemigos personales, lo cual causo gran revuelo e hizo que la bula mereciera poco respeto. Además, los obispos alemanes no parecieron muy dispuestos a consentir su publicación en sus respectivos distritos; tan amenazadora era la actitud del pueblo. Por su parte, el día que recibió la bula de excomunión, Lutero reunió a los estudiantes en la plaza de la iglesia de Wittemberg, y en su presencia la arrojo a una hoguera, acto que electrizó a la nación alemana y supuso su ruptura definitiva con el papado. A Carlos V, que acababa de ser nombrado emperador, la querella le inquietaba, primero porque era un católico convencido, y luego, porque el acontecimiento tenía inmensa resonancia en toda Alemania y podía menguar su autoridad en un estado de suyo tan dividido y renuente. De ahí que exigiera de Lutero su comparecencia ante la Dieta (reunión de los representantes del imperio) convocada en Worms. Lutero acudió, sabedor de que merced al salvoconducto expedido por el emperador nadie osaría ponerle ni un dedo encima. Llamado a retractarse de lo expuesto en sus escritos, Lutero se negó con gran firmeza. Antes de la condena definitiva y a petición de los alemanes, nombrose una comisión compuesta por ocho miembros, en representación de los Electores, los nobles y las ciudades, encargada de entrevistarse con Lutero a fin de llegar a un acuerdo. Fracasadas las negociaciones, promulgóse el bando del Imperio contra Lutero, quien recibió orden de abandonar Worms el día 26 de abril, habiéndole sido prorrogado el salvoconducto por plazo de veinte días. Expirados éstos, podía ser reducido a prisión y destruido como pestilente hereje. Por tal y para evitarle sinsabores fue que, al dejar Worms, el elector de Sajonia, uno de sus protectores, hiciera que le apresaran simuladamente y le trasladaran en secreto al castillo de Wurzburgo, donde permaneció diez meses. A decir verdad, Lutero nunca fue acosado por el Emperador y pudo vivir mas o menos tranquilamente confinado en Sajonia con seguridad personal e inseguridad judicial.

«¡Ay, Dios del cielo, ten piedad de nosotros! ¡Oh Nuestro Señor Jesucristo, ruega por tu pueblo! Líbranos cuando sea la hora justa, consérvanos en la fe justa de la cristiandad, agrupa con tu voz a tu grey separada, con tu voz, que se llama la Santa Escritura!... Ayúdanos a reconocer otra vez tu voz, sin seguir en nada a las vanidades del hombre, para que nunca, oh Señor Nuestro, nos apartemos de tu lado!...»

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«... Y al día siguiente nos trasladamos a Bruselas, para tratar el asunto del Rey de Dinamarca... Luego me quedé perplejo al ver como se extrañaba el pueblo de Amberes al ver al Rey de Dinamarca, de aspecto varonil y hermoso, caminando solo, sin escolta, por entre sus enemigos. Y también he visto cómo el Emperador, partiendo de Bruselas con grande pompa, salió al encuentro del Rey para recibirle...»

 De aquella es probable que me encontrara a lomos de una mula frisona, resabiada, de alquiler y reacia a la mano que manda, camino de Coblenza, lugar en el que debía de recoger un horóscopo atinente a mi señor que, durante el banquete de boda del señor Joachin Patinir, al que asistimos, un doctor de Montpelier prestose a levantarle. A la hija de Babilonia se la dijo que servidor iba a hacer listado de unos bienes que los Fugger habían pignorado. Muebles venecianos de lujo creía que eran.

«... Y también el domingo anterior a Santa Margarita ofreció el Rey de Dinamarca un banquete, en honor del Rey, de Margarita y de la Reina de España, invitándome a mi también... He pintado al óleo el retrato del Rey, quién me ha dado como regalo treinta florines...»

 El maestro se refiere a la reina de Portugal, Leonor de Austria, casada con Manuel I de Portugal, y hermana de Carlos V. De aquella no había reina en España, pues Carlos V no fue hasta marzo de 1526 que casó con su prima Isabel de Portugal. La cita del retrato del señor rey de Dinamarca es el ultimo acto artístico que refiere la crónica... Después, recorriendo pueblos y ciudades, remontando el curso del Rhin, regresamos a Nüremberg. Mi señor, sépase, rechazo durante el viaje la proposición que le brindó el municipio de Amberes: trescientos florines anuales para trabajar como pintor en la más importante de las ciudades flamencas.

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Don Gaiferos (el "don" es imprescindible)



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