sábado, diciembre 06, 2008

Pensando a Dirac desde el “Barrio de los Oficios” (3)

                               

Esto es saber hablar mal,
Por no saber hablar bien;
Y esto es mentir magistral,
Por siempre jamás, amén.

 

Inteligencias sin sospecha que son, presto habrán adivinado que la jaula bizantina con la que salí por peteneras de la capillada anterior, no era otra cosa sino que un puesto de prensa, al que me acerque (dada su matemática ubicación no me quedo otro remedio, a no ser que me hubieran sido devueltas las alas que como era preceptivo entregue a mi ingreso en la "Escuela de Aeróstatos del Káiser") con el garbo de un bull-terrier recién emasculado. Nada que destacar de los papeles, a no ser las pirulas semánticas con las que la perrada política pretende, a fin de que traguemos con la levedad del merengue su locura, vanidad e inmensa bobería, prostituir a nuestro hermoso lenguaje. Les disculpo empero, pues a saber que clase de mano les arrulló en la cuna para que tengan en tan poca estima el cabal significado de las palabras. Decía Comenio que el conocimiento cierto del lenguaje debía de basarse en estas premisas: a) La lectura comprensiva de la lengua materna en caracteres impresos y manuscritos. b) En escribir según las leyes de la gramática de la lengua materna, primero corrientemente, luego rápidamente y por fin con estilo propio. Y estilo propio es lo que sobra a nuestros electos, bárbaro y deletéreo y propio de molleras sin cocer, si, pero estilo al fin. ¿Enmendarse ellos?. No lo crean. Estos bocachocho autóctonos que sufrimos son seguidores a rajatabla de aquella máxima que dice: "La mierda, mientras más mierda, mejor mierda"

Recordome la profanación idiomática que a la vista tenia... a Martín, aquel zapatero de obra prima y azote de predicadores de Colmenar de Abajo que, según el imaginar del P. Isla, disparatando con truhanesca ignorancia sobre todo cuanto sermón le venia al oído, decía: ebanista por ebionista, marconista por marcionista, marrano por arriano, macabeo por maniqueo, y sucio enano por sociano.

 

Huele a algo que recuerda a los ajos y al pan recién horneado; huele, por resultar verídico, a pan caliente y a un arseniuro pasado por el carbón y debidamente lamido por una poderosa punta de fuego. Huele la tahona de la esquina; huelen las alcantarillas. Aromas de ciudad. A poco de finar la guardia nocturna, o eso doy en suponer tras consultar el reló con esfuerzo, la manceba de la botica riega unas plantas arbustivas que ha sacado a la calle. Por las pintas del follaje, gris plateado, se que se trata de artemisa u abrótano macho. Lo notable de su apariencia me hace caer en la cuenta de que en esta zona de la ciudad no hay verde, no hay árboles; los árboles conocen los secretos de los cuarenta y ocho vientos, pero como son discretos se les consiente. Otra cosa somos nosotros, los humanos. Sobre los humanos y los fármacos esta escrito por ahí:«Los pacientes por si mismos no pueden evitar la carga que ellos, con sus propias actitudes y comportamiento, han contribuido a crear con la moda devastadora y frecuente del innecesario uso de fármacos... Han apremiado al médico para que les recete, aun contra el mejor juicio de aquél... Se han convertido en compradores de recetas que van de un médico a otro, con el fin de lograr una medicación múltiple».

Licenciada Mª. Teresa Fariñas Baena, reza en una lustrosa placa, dorada, que se encuentra entre la puerta -de apertura automática- y un más que mediano escaparate. Además del apellido de la titular de la botica, de un celebrado "cancionero" y de alguna que otra mandanga que no viene a cuento, Baena es el nombre de una ciudad de la provincia de Córdoba, hecho difícil de olvidar cuando se tiene conocimiento de lo que allí, a caballo entre los siglos XVIII y XIX, se llevaba como uso a la hora de tratar con  los chicuelos olvidados por la fortuna. Lo cuenta José Jiménez Lozano en una nota de su imprescindible: "Los cementerios civiles y la heterodoxia española". Dice así: «En Baena había una fundación para niños abandonados, pero como los fondos para atenderles eran muy escasos, apenas se juntaban cuatro o seis niños, se providenciaba el trasponerlos, que así llaman entregarlos a un hombre inhumano que de noche, cuando no hay luna, los conduce en una bestia fuera del término de esta villa y los va dejando en donde le parece; a unos cuelga de los árboles, a otros deja en la encrucijada de los caminos y a otros en las entradas de algún pueblo o inmediación de algún caserío o cortijo, siempre cautelándose de que no le vean, y concluido se vuelve a cobrar... A unos se los comen los perros de ganados y cortijos; a otros, las zorras, cochinos, etc..., y los que escapan de esto es regular que mueran de hambre o de frío, y que sea muy rara la criatura que logre el que haya quien le recoja». Y pone el autor otros clavos cuando afirma que hechos como el narrado no tienen que pasar por exclusivos ni raros en aquella España impía y sin compasión ni "sentido de los otros" que hemos heredado.

En el escaparate, fulgente e impecable hasta la obsesión, productos de belleza femenina ordenados con matemática simplicidad, a más de un centón de leches maternales que todo mamoncete, forzado a ellas, debería de regurgitar furente como un géiser, pues no es de recibo que se le hurte la divina y nutricia teta en favor de un pienso de farmacia. ¡Legítima teta de señora para nuestros lactantes, cojones!. También un cartel que invita a participar en una campaña de donación de sangre y otro, mucho más grande y llamativo, en el que se anuncia un producto para el alivio de las otalgias infantiles. Lo típico y tópico, me digo: algún salicilato, un sulfato minimizado, Triamcinoloma acetonido, algún compuesto de Lidocaina, excipientes y a pasar por caja. Es la base gráfica del especifico publicitado una especie de "campana de Gauss", vivamente coloreada, sobre la que revolotea un niño en compañía de unas mariposas. Y esto, tranlari-tranlara, arma no se que resortes en mi mollera, les dispara, y, súbito, caigo en la cuenta de que a no muchas horas he de soltar una charleta sobre Paul Dirac. Ni llevo nada preparado... ni ganas que tengo de hacerlo. Improvisare, si; improvisare al modo en el que los cofrades de la cuba lo hacen con sus báquicos cantos: "La donna è mobile qual puma al vento...". Si, eso haré.

 

Tomen ahora aire. Una vieja difunta que no acaba de doblar para consternación de sus sobrinos sujeta al borde del colapso a un perro excesivo de pelaje mostaza e híspido que busca con frustrada obstinación los interesantes olores de los que la manguera municipal le ha privado. Tira el cabrón como un caballo y la anciana chancletea fatigada tras su terco indagar. Pero más que can, por grande y poderoso que sea, tira la estulticia de los bajo su patrocinio nacidos. Y este es el caso de la "probe" Bibiana Aído, ministra sin "ministerio" de cerebro romo como bolo, cursilinda e intelectualmente dotada como un adobe, hembra a la que aplaudir con un ladrillo en cada mano que, en lugar de asacar pijoterias a fin de seguir disfrutando del presupuesto, aconsejo se ponga a estudiar los rudimentos de la gramática de inmediato. ¿Qué no tomarán estos mata-idiomas para enloquecer más de lo que origen están, aunque lo estén asaz, y aun de sobra? En fin, dejemos a este consorcio de necios al que sufrimos con sus quiméricas tranlaradas y volvamos a nuestro modesto corral

 

Como no se si hubo días en los que Dirac tuviera periquito, perro, tortuga o gato al que rascar, acaso comience diciendo que tiene la criatura, sacada de pila como Paul Adrien Maurice, placa conmemorativa en la Abadía de Westminster; aunque va a ser que no, ahora que lo pienso, pues me se incapaz de sentarme a la abacial mesa sin glosar en cuaderna vía a "mi Señora" Doña Leonor de Castilla... No rulo en condiciones, oigan, y esto porque una filamentosa desidia intelectual me mantiene adormecido, en estado larvario. Y, si malo es que la mujer aventaje en prendas y fortuna a su marido, como dicen los clásicos, peor es tratar de manifestarse ecuánime cuando se carga con unas entendederas trituradas. ¡Porca miseria!... Va al suelo la bolsa que me arde en la mano. Un libro ("HIPPIE": Varios autores.- 30 X 26 cm., pastas duras y 384 págs. en papel de alto gramaje. Un mamotreto para leer con grúa, vamos) asoma la testuz y aun parte del titulo de un capítulo. Al completo dice: «Es más moral y más divertido llevarse la mano a la polla que el dedo al gatillo». La pizca de gozo que la sentencia me ha inoculado se va con un cartelón que a treinta pasos desluce a la puerta que cierra el vano de un arco flamígero, inmensa en contraste con las que se alinean en la misma calle, doble, de castaño del país y con nobleza probada. Se anuncian en él los servicios, tan fingidos como ignominiosos, de una de esas bocas de cloaca que postulándose como deposito de facultades “superanochiriferoliticoplasticofulgomegaextraterrenas” medran a lo canalla merced al dolor y a la ignorancia de los menos dotados. Porque la credulidad de la gente, grábenlo ustedes en piedra, es la sombra que corre pareja a la desesperación y a la letra escasa. Y conste que la responsabilidad de esta brutal patada a la buena fe de la gente ha de recaer inexorablemente sobre los incapaces para legislar con entendimiento claro, perspicuo; sobre la colonia de garrapatas endogamicas que, siempre para mal, nos gobierna: acanallada orden dedicada en exclusiva a perpetuarse, vivir del cuento y recaudar con ardor guerrero. Dos manguis como Rinconete y Cortadillo se saludaban así:

- ¿Es vuestra merced por ventura ladrón?
- Sí - respondió él - para servir a Dios y a las buenas gentes.

¡Ojalá nuestros consuetudinarios albardones sigan el ejemplo en un acto de generosidad con la verdad!

 

Otro modo practico para abrir el melón, me digo, consiste en citar a Stephen Hawking, quien sustenta la opinión de que es Dirac el mayor físico teórico británico desde Newton. Si, esto estaría bien, porque debidamente implementado con media docena de tosecillas claustrales, pausas valorativas, algún que otro carraspeo y no poco menear de papeles innecesarios, bien puedo alargar la cosa durante unos minutos. Diré luego que nace nuestro héroe en Bristol, en 1902, donde entre 1918 y 1921 estudia ingeniería eléctrica. Aquí puede que venga al pelo una gracieta sobre los ingenieros y sus expectativas laborales; ello por hacer mas cercano a Dirac, quien no encontrando curro remunerado y lejos de insistir o acudir a la sementera de climas mas cálidos, acepta dos años de colegiatura para estudiar matemáticas en la Universidad de Bristol. ¿Ilustrar a la sala sobre su programa académico? ¡No! ¡Ni de coña! ¡Vade retro...! Imprescindible huir como gato escaldado de la fatuidad teórica, porque al variopinto paisanaje al que me toca ganar tal método probablemente le aturda, a mas de producirle el síndrome de “párpado de haltera” y fuerte comezón en los huevos. Aunque en el hilar del discurso, lo sé, acaso tenga que referir la famosa pelotera surgida, principalmente, entre Bohr y Heisenberg por un lado y Einstein por otro, a propósito del "indeterminismo" o "Principio de Indeterminación de Heisenberg". En fin, lo que sea sonara... Son siete u ocho, hanseáticos, cicloturistas y sordomudos. Van a Compostela, Thule de piedra numinosa en la que toda criatura de bien debería de tomar solaz al menos una vez en la vida, a darse los reglamentarios coscorrones contra Sent Jamez, el santo lítico por excelencia.  Lastima de nuestra incapacidad para entendernos, pues en otro caso les hubiera narrado, por lo menudo y menos con intención didáctica que por darme un respiro, historias apócrifas de peregrinos de universal reputación con cuna en alguna de su ciudades confederadas, que eso era la Liga Hanseática, una asociación de ciudades comerciales que floreció en el N. de Europa entre los siglos XII y XVI. Tal es el caso de Don Gaudioponte "Rejotiznado", dicho así por tener el nervio del regocijo como berbiquí y con suave plumón negro; esto, según habladurías de mercado, por su metafísica manía (¿?) de estopar ánsares; que él, sobrado de orgullo y muy leído no quería ser menos, y a la viceversa, que el plumado progenitor de don Pólux y de doña Helena. Contome por lo onírico mi difunto amigo Nicolás G* C* que no peregrinaba el energúmeno por disgusto con las peculiaridades de su miembro, que bien le servia para saltar incansable de cama en cama, sino por haber varón después de la docena de hembras engendradas… O acaso les hubiese contado, en primer lugar, el molimiento a palos sufrido por el diañe Tarantán, cagatintas infernal que por hacer escarnio de los jacobitas de fe probada peregrinaba en la figura de un maestro de letras griegas dicho Herr Arnulfo. Los hechos tuvieron lugar en Sahagún, durante el transcurso de una tertulia de las que se solían en la tienda del maestro Conradus. Colócala Felipe Torroba Bernaldo de Quirós en "RETABLO ESTELAR del APÓSTOL” sita en “un arco del hospital, cabe la fuente”. Este Conradus Tudesco, añade, “era músico y sabia historias y sucesos de la Tabla Redonda y de Don Tristán y era muy solazador”. Vendía flautas y tambores y tenía de muestra dos arpas, que tocaba para alegrar a los peregrinos. Su mujer, añade, también era diestra en música “y había cantado para el rey de Navarra en su castillo de Olite”…  Cuenta también entre mis historias preferidas la de Jobst Pessler, maestro de cocina en la casa del “dapifer” del emperador que a las langostas titulaba "cardenales del mar" y se decía de la sangre de Herithor, perolero principal en la corte de Putifar el egipciaco y creador del huevo frito en manteca de dromedario. Este peregrinaba por cuenta de un consorcio de navieros que, la vista puesta en una peregrinación grupal, deseaba tener noticia fidedigna de los más felices albergues del camino; llevaba escolta armada y una recua de mulos en los que cargaba preciosas especias, ricos presentes para la iglesia de Sancti Jacobi y los trebejos indispensable de su oficio. Paraba en cortes, casas principales, cabildos, arciprestazgos y abadías de relumbrón por dar lecciones de cocina, que llevaba en cartera el salazón y ahumado del pescado y el punto del escabechado escandinavo. De su mano y en su compaña degustó Don Gaiferos en el "Piojo Verde", reputadisimo mesón maragato en el que se bordaba el bacalati al ajo arriero, unos filetes de trucha macerados en salsa de eneldo y cubiertos con un excelente guiso de lentejas saladas. Concluido el café con gotas que nos sirvieron tuvo a bien estampar su firma florida en mi yelmo emplumado…   Para postre de estas convergentes historias, tan improbables y atemporales como ciertas hubiera elegido, sin duda, la de la de donna Guda, más conocida en Occidente (En Catay, Bizancio, Gaula y  la Arabia Feliz aunque de sobra conocida lleva distinta nomenclatura)  como la "Doncella Menguante de Wismar": flor de lirio que partió para Jacobusland en su ser y tamaño y se asomó al "Campus Stellae" como de cuatro cuartas, hablando una lengua extraña, a mujeriegas montada sobre un zorro de nombre Pacomio que amansara para ella el frailuco de Asís. Cuentase que dio el "Poverello" con su tristeza a orillas del Ega, luego de haber amonestado -en latín litúrgico, tiendo a pensar- al capitán de una manada de lobos que estaba causando grandes daños en los rebaños de los frateres de Irache. Dice Escoto Magius, creo yo que siguiendo a Percivallius, que mudó la doncella a su natural ser y entender una vez se hubo adentrado en el bosquecillo de laurel romano que daba aromosa bienvenida a quienes llegaban a la ciudad por la vía de "Puerta Francigena". Se tiene noticia de que Pacomio acabo sus muchos y felices dias en casa de la discreta Meltchild, viuda de un honrado cambista procedente de la fría y brumosa Skenninge.   

- Oiga..., ¿como es que la damisela menguó así... por las buenas y contra natura?

- Eso es suceso que merece ser contado en otra ocasión y al detalle, don Sivardo, pero como me pilla usted con tiempo y humor le haré un adelanto. Veamos... Ponga usted que partió la muchacha con un grupo de burgueses de su ciudad, y que llegando a Aix-les Bains, la city de los baños salutíferos, como su nombre viene a indicar, alójose en casa de un pariente por parte de madre, pintor de oficio él y dado a las artes arcanas por añadidura. Cuente conque la curiosidad lleva a la moza al gabinete de prestigios del mago, e imagine ahora su mayúscula sorpresa,  un tocar asombrado de esto y aquello, un fisgar tan meticuloso como precavido... Y entonces, en el claroscuro de la abarrotada estancia y en la novedad del trajín, un ruido sorpresivo que asusta... Sigue a tal un violento sofaldeo, una redoma que cae y quiebra. Y,  al instante mismo, envolviéndola, un aroma como de humus arbóreo, vestido con colores de fantasmagoría y acompañado por voces innumerables de reinos secretos. He ahí la piedra imán de su desafortunada mudanza. 

- Ya caigo. ¡Había en la redoma diablo pasteurizado!.

- No señor, nada de danteanos diablos menores tiznados de hollines infernosos. Era la frasca primoroso contenedor  de esencias de la isla Egina, país de los mirmidones, criaturas que siendo hormigas pasaron a ser hombres. Como dice Estrabón, por su imitación y diligencia y celo hacia los trabajos agrícolas. Hija de un mirmidon con taberna en la Cuesta de las Aceitunas fue la dama Clítoris, tan hermosa que Júpiter se prendó de ella, y tan pequeña que para mejor gozarla hubo -el viejo verraco- de metamorfosearse en hormiga. Lo cual, bien mirado, no deja de encerrar cierta paradoja poética.

Abreviando: Se cita a la dama Guda -diré a los picados por la curiosidad- en un poema que en los fuegos de campamento recitaba un pirotécnico del valle de Sálnes que sale en un cuento que en mi imaginación escribiera Lisardo Ayras de Cela. Era aquel, dicho Caíño, de natural risueño, bebedor cabal, entrado en carnes y rubiales, pestorejudo, recitador y amigo de los parlamentos floridos y largos. Durante la guerra de Mantua asesoró a Ambrosio de Spinola sobre la efectividad del tiro artillero por curvas cicloidales. ¡Reputos hannoverianos!, cuenta Ayras que era su grito de guerra.

 

Entonces uno de los de la partida, acaso el de temperamento más audaz, se dirige hacia este deposante como al desgaire, patituerto en el andar, el pecho tenso y la larga barba de color castaño como queriendo beber el viento. Casi al instante una mujer sigue exacta sus pasos: recias botas, recias piernas, conjugada esqueletura. Aun con las taras con las que la edad al humano carga, pues doy en suponer a la dueña entrada en la cincuentena, luce lozana y garbosa, acaso, pienso en bobo arrebato, por haber sido destetada con la dieta para el caso -majao de nabos y leche de yegua- propia del país de Lubeck. Báltica la veo, ya digo. La cara la gasta redonda; el cutis trufado de nítidas pecas, curtido por los climas divergentes del Camino; unas gruesas trenzas  sacroimperiales que alardean vivaces sobre sus notables pechos enmarcan con perfección, insisto, un rostro de risueña lozanía... Un amigo que me sorprende en la taberna emborronando servilletas con esta parvada... Aquí, interregno al canto, pues debo hacer notar que me cuido muy mucho de que los íntimos  tengan conocimiento del tiempo que gasto en las presentes sinsorgadas... Pero a lo que iba: Dice mi inoportuno compañero de cuadrilla, erudito en las rarezas de la historia de la imprenta, que entre pitos y flautas he pintado -con palabras- a la señora Atalanta, viuda de un excautivo del turco, bombero de Viena que muriera cabeza abajo, ahogado en un bocoy de schnaps, la cual tuvo por su agudeza mucho predicamento en la disparatada y cacofónica corte praguense de don Rodolfo el segundo: atormentado, infeliz, piedrafilosofista descarriado, maniático calcinador . Y añade el cepedano:

- Doy fe de lo dicho por un aguafuerte de don Mathaeus Merian en el que sale la dama que pintaste, dando lección por el arte de la gesticulación al señor Michel Maier, médico de cabecera del imperante.

- Tengo oído que el hueleorines era de la cuerda paracelsiana.

- Ni puta idea, tu... Puede.

- Al hilo de la pijada esa de la hermenéutica de los signos. ¿Se sabe que discurso es el que endilga la Frau al matasanos?

- En esto hay no poca controversia. Por el pulgar de una mano extendida que la señora se ha llevado a la nariz, y, una como higa que marca con la otra mano, los más de los estudiosos opinan que, probablemente, de luz doña Atalanta a un capitulo peliagudo del Hieroglyphica de micer Horapolo. Un conocido nuestro cuyo nombre por discreción omito, tiene enviada copia de la estampa al Gabinete de Señas Secretas del Vaticano. Confía el matraco en que los graves prelados que desde siglos están en el señil cotarro, pronto le...

- Punto en boca, oye. Demasiado trabajo para concluir que se trata de una pareja de beodos intercambiando signos obscenos.   

 

Llegado hasta mi el romero de la barba caramelizada, echa mano de un artilugio que le cuelga de la cintura y me muestra, amarillo sobre azul, la dirección de un hostal que se cercano. La mujer de la estampa, que en envergadura le gana, observa vivaz por encima de su hombro. Me alivio entonces de la bibliobolsa que me lacera y cansa, la dejo junto a un canalón que deja escurrir un hilillo verdoso del que liban, pienso sin apenas reflexionar, seguramente las ultimas avispas de la veranada; deja la bolsa transparentar “El todo y la parte” de Heisenberg. Tiro entonces de bolígrafo, alzo una manga a la hanseática dama y, con la punta de la lengua al aire de la mañana, dibujo sobre su antebrazo un plano exactísimo. Escucho sonidos guturales y veo volar muchas manos. A la solana, desde la puerta del bar "Los Holgazanes", Pim, un dálmata con el que tengo amistad y trato, alza un párpado y contempla avisado las mariposas que aquella multiplicidad de dedos deja en el aire, luego vuelve a sestear, la cabeza sobre las delanteras patas. Pero Pim es sordo -tara congénita entre los señores canas de su raza- y probablemente sepa mejor que nadie de aquellos efímeros arabescos que se esfuman instantáneos en el aire. Pim es aristotélico y cuando paseamos suele sacarme a colación aquello de que la palabra humana es imitación y de que la voz humana es un órgano formado para la imitación. Desde que una vez me dijo que los ríos se beben unos a otros y a todos se les bebe el mar, servidor tiene a Pim por buen consejero. Ni que decir que junto a Herr Monty, mi gato, Pim tiene plato y asiento asegurado en casa. Poco le veo en los dias, que prefiere correr hoteles asesorando a los señores nipones... ¡Joder con el correr de la imaginación! Ustedes perdonen. Pues si, los señores pedalistas sordomudos me hicieron fotos. Les hice fotos. Hay manías...

De Dirac también tengo fotos, pero ello lo dejo para otro día. Para ya, casi, porque servidor esta a punto de dar golletazo a sus preceptivos cuatro meses de vacaciones, que es entonces cuando escribe... os escribe. Si, trabajo ocho meses y cuatro vagumundeo. ¿Pasa algo?

CONTINUARA

Don Gaiferos (El "don" es imprescindible)