domingo, noviembre 16, 2003

Hongos Superiores

Hilas

... joven de gran belleza a quien Heracles estimaba mucho. Fue arrebatado por unas ninfas cuando iba a la conquista del Vellocino de oro; estas le condujerón al fondo del rí­o Ascanio, de donde ya no salió. Abrumado Heracles por su perdida, no quiso seguir más a los Argonautas.

Con la punta de la paleta, el último trazo.
Un mechon, rebelde,
oculta el pezón es sagitario
de la ninfa Dorotea.
Don Hilas está sentado,
reposando la cabeza en acuaticas redondeces.
Azul lleva la túnica,
negra la clamide;
flota la esclavina blanca prendida al hombro.
En la mano, sombrero de viaje
goteando agua marina.

- Merití­sima pintura, maestro Parrasio.
- Digna en verdad, señor Heracles.
- Bebamos este falermo o de este corinto claro,
tambien hay tinto de Chipre
aunque tira a picado.
- ¡Bebamos!
"Por don Hilas que fue trago de río"

Efebo de felices dí­as
allá en la graciosa Argo, homérica nao capitana,
borracha de vientos,
cama y asiento de audaces esquiladores...

- Siempre osado, don Parra...
- Así­ era su raza, monseñor.
Valentón en los juegos atleticos,
de azar o de envite,
para el vino si hay convite o
en el zampar sin pagar.

Nueve golpes en el cogote.
¡Hombre al agua!
Chapuzón.
Que entre gente aventurera
sobra marino gorron.

L. Seral Amaz en "Los doce esfuerzos y seis cagadas de Monseñor Heracles"


De Hongos y Tiempo Libre:

Maldita sea, sigo siendo un campeón. Lo mí­o ha pasado a ser una ciencia complicada y bastante arriesgada: Joder, llevo cuatro dí­as en casa y ya tengo a la tribu soliviantada. Pero será mejor que os lo dilucide tranco a tranco, piano, piano. Voy a ello: En lugar de sentarme ante la mesa de dibujo y restregar las neuronas contra los enrevesados planos de una planta azucarera a la que voy a reformar y ampliar, me he tomado unos dí­as de descanso. Unos dí­as para hacer esas jilipolladas que se hacen cuando no se quiere hacer nada: comprar calcetines y crema de afeitar; hacer huevos fritos con puntilla; ir al cine... a dormir; dar la tabarra al mecánico del concesionario de nuestro coche; ducharse sin el apremio de la hora; dar patadas a los perros cagones que pululan por el parque; comer sentado; batallar contra los hideputas de los bancos; pasear por los mercados como un inspector de abastos; esperar -solo en mi caso- a que el tren caro de mierda ese -AVE- encuentre un camino corto al centro de la tierra; leer las cuatro primeras lí­neas de los libros casposos que nos han ido enviado; dar conversación a las vecinas ancianas; descarajar las plantas de casa socapa de una poda necesaria; jugar al mus; pagar las facturas del material de papelería, con cuyos beneficios, los obtenga quien los obtenga, podrí­a ir P.D. veinte veces a la luna sin tener, además, que mantener un dialogo de besugos (para mi que lo son los dos) con el presidente Aznar; ir al peluquero, saludarle y recordar, no sin cierto estremecimiento y rencor, aquellos felices tiempos en los que uno tenía pelo; pagar los copazos que algún cabroncete se han tomado en mi nombre en el bar de la esquina; intentar arreglar algún aparato que seguramente ira a la basura para ser sustituido por otro nuevo; renegar contra el trafico (Hoy mismo he quedado emparedado entre malhumorados conductores mientras no se quien inauguraba quince putos metros de carretera. Ocurre que esta gente imita mucho, y mal, a aquellos señores emperadores romanos que erigían edificios públicos -teatros, circos, templos, termas, pórticos, basílicas y demás- para halagar las inclinaciones del personal; solo que estos en vez de engolosinar cabrean. La verdad, yo no veo a Vespesiano inaugurando cada grada del Coliseo que se alzara);y por ultimo -dando un gran salto por no resultar cansino- entrar y salir de aquí y allá mientras el tiempo corre y llega la hora de "la suelta" laboral de los colegas de tapeo.

Y fue a raíz de una de estas "juntas" de vinos conversados, tortilla y barra, donde se originó la especie de lí­o en el que me veo metido. La cosa no encierra gran misterio, puesto que no lo tiene. Cosas, sin más, cosas que tienen que ver con mi frenesí­ por el aprovechamiento de recursos y, justo y de razón es reconocerlo, con mi no menos rancia cazurreria. Resulta que una mañana feriada, vestidos unos cuantos para la ocasión y bien pertrechados con munición de boca, madrugamos, tomamos carretera y subimos al monte. Corolario de los benignos dí­as de atras son numerosos corros de hermosas setas. Lo cual que, chaira en mano, recolectamos bastantes más de las que de una sentada pueden digerirse. Trece o catorce especies encontramos, aunque después del oportuno peritaje solo nos quedáramos con cinco. En un largo prado que cae en pendiente entre un pinar y el rí­o encontramos un gran numero de senderinas, frescas y lozanas, con su característico olor a laurel cerezo (Es una suerte que esta sea una seta que, seguramente debido al escaso tamaño de su sombrero que es lo verdaderamente comestible, pase desapercibida y no se recolecte mucho. Para mi es la mejor seta para revueltos, y, desecada, es un condimento cojonudo para salsas, sopas y potajes). En un terreno similar pero un poco más alto dimos, ya es raro para esta época del año, con unos corros, chicos pero inmaculados, de muserones; jóvenes a juzgar por el arrollamiento de los bordes del sombrero, de precioso color gamuza y olor a molino. Junto a la oronja esta es la seta más de mi gusto. Pinar arriba dimos con bastante ní­scalo-revellón-seta de pino, muy manchados sus sombreros de verde y con las laminas poco compactadas. Raro. (Aunque para el plato no la tengo en demasiado aprecio, es una de mis setas favoritas porque tiene magia. Siendo mis hijos chicos y con la cordura de la fantasí­a aun intacta, gustaban de cortarla para ver como la leche roja que segregaba -por oxidación- se convertía en verde. Más magia: En una rústica cena celebrada en un pueblo de La Rioja, Lucas, un sonrosado guiri de Carnegie Mellon que paso una temporada conmigo, inflose a comer setas sartenadas de estas; lo cual que a la mañana siguiente casi se muere del susto al comprobar aterrado que meaba rosado. Natural, cabrones como somos, no le advertimos al pobre Lucas de que la carne de estas setas contiene un pigmento rojo que se elimina con la orina. Juró entonces no volver a catar, mientras estuviera en España, peculiaridad gastronómica alguna. Craso error como reconoció mas tarde; después de que, por fingido patriotismo, le inyectáramos en la comida que se hacía traer una dosis de azul de metileno que le tuvo meando a lo pitufo durante veinticuatro horas. Es que somos como putos críos) Encontramos también por la zona, aunque en menor cantidad y con trazas de haber sido de mala manera esquilmadas, capuchinas y setas de los caballeros. Bajando ya hacia el rí­o, topamos en un pastizal con una hilera compacta de cabezas de fraile, blancas, jóvenes, bien formadas.

Al otro lado del rí­o, que es frontera entre paisajes y especies vegetales, vimos algunas setas de chopo que se aferraban desesperadas al verdor naciente de algunos tocones abrasados. Ya es más de mediodí­a, pinta para llover y nos apresuramos. Monte arriba cesan las bromas y las miradas se vuelven taciturnas y reconcentradas. En un robledal pudrianse unas pocas carboneras pasadas de fecha. Al borde de un claro recogimos buen numero de pies amatista que casi se amontonaban unos sobre otros, y, un poco más abajo, en una hondonada, una veintena de robustas molineras. Empieza a llover y dejamos atrás algunas especies de boletus, aunque no podemos dejar de detenernos para recolectar un buen numero de lenguas de vaca de un perfecto blanco asalmonado. Luego todo fue correr para merendar y resguardarnos de la lluvia. Por este orden.

Y aquellas lluvias trajeron estos lodos. Que aquí estoy, en la cocina, tratando de preservar aquellos ejemplares que, salteados o revueltos o asados, no nos zampamos. Las (setas) que deseco por las bravas no me han traí­do mayormente problemas, aunque cuelguen por toda la casa como gallardetes sanjuaneros. Tampoco las que -cual bacalaos- salo, o las que preparo para conservar en vinagre. Otra cosa ocurre con las que debo pasar por una sartén que contenga -según la tradición y receta de un cuaderno con tapas de corteza de abedul que era de mi bisabuela- aceite de oliva, tocino y un ingrediente secreto -acre de por si- que por eso, por secreto, mencionar no debo. Estas si, estas son las de la discordia, las que han echado al personal a la calle. Se nota que, poco o nada, les interesan los profundos y esquivos métodos para la conservación de hongos y plantas. No entiendo que un efí­mero olor picante y acre pueda avinagrar rostros y levantar tiplicantes voces. En realidad la casa no huele peor que los urinarios de la churrerí­a de una estación de autobuses. Tiquismiquis, que son unos tiquismiquis...

El mundo de los hongos se me antoja apasionante. Hongos son, por ejemplo, los de la penicilina, o los que dan lugar a la fermentación de la cerveza y de algunos vinos blancos; hongos son los que aromatizan la carne de ciertos embutidos, o los que fermentan algunos quesos...

Hongos son las setas. Hongos superiores. Hasta el más modesto diccionario os dirá que seta es:"Cualquier especie de hongo cuyo aparato esporí­fero tiene forma de sombrero, sostenido por un pedí­culo". Años ha, las setas salí­an mucho en los libros infantiles ilustrados: rojas con puntos blancos, ornadas con puerta y ventanas, rematadas por una chimenea retorcida y humeante. A su alrededor eran inevitables un montón de duendecillos verdes o de enanitos pilosos con cinturones anchos y casacas rojas. Hace mucho tiempo que no veo cuentos de estos. Ahora que recuerdo: En la Alicia de Carroll (Nabokov de los juegos de ingenio, acertijos y cifras), seta es sobre la que aparece sentada la oruga (Cp. V), fumando su narguile. Tengo para mi que con las setas ocurre algo extraño. Cuando leo y juzgo no puedo dejar de llegar a la conclusión de que sobre esta especie vegetal recae cierto ancestral tabú. Es como si una mano adulteradora y negra - o muchas manos -poderosas, mitradas, ortodoxas, interesadas, doctrinales, reguladoras- hubieran querido colocarlas en una zona oscura del pensamiento humano. Observar vosotros mismos, sino, como en literatura, parecen ir siempre ligadas a conjuros, ritos profanos, sociedades secretas, brujas y tránsitos obscenos. A lo mejor es por eso por lo que el mundo, grosso modo, puede dividirse entre zonas territoriales micofobas (miedo irracional a los hongos) y micofagas (adaptación al consumo regular y estudiado de hongos). Vete tu a saber.

Especificar detenidamente aquí lo que en puridad es una seta/hongo creo que esta fuera de lugar. Más que nada por los tecnicismos y el espacio que ocuparí­a. Además de que gente con más galones que yo, lo explica de maravilla en los enlaces que he colocado . Entender sin embargo que, las setas, son plantas que carecen de clorofila (Esa sangre vegetal merced a la cual las plantas, en presencia de la luz, descomponen el anhí­drido carbónico del aire, liberan el oxí­geno y fijan el carbono. Así­, con el carbono y el agua, las plantas -verdes habría que añadir- pueden fabricar sus alimentos en forma de substancias orgánicas:tal que almidón, azucares y grasas. De igual modo, con el nitrógeno del suelo elaboran albuminoides), lo que les obliga a vivir como saprófitas o parásitas. Pertenecen a la clase de los basidiomicetos, son de tamaño muy variable y brotan salvajes en los bosques, campos y praderas... Me he lucido.

Y aquí­ zanjo la historia. Anochece. Comienza a llover y el personal alza la cabeza al cielo como si temiera que le cayera encima un cometa. Maní­as casuales.


En fin, por hoy se acabó el invento. Salud
Publicado por Don Gaiferos en 7:42 p. m. |  
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