lunes, mayo 14, 2007

De tonadilleras, balcones y un montón de amonedado.


Aunque no lo parezca, esto sigue siendo un espacio dedicado mayormente a la ciencia y sus aledaños. Ocurre que a falta de tiempo para originalidades, he optado por patear -con su correspondiente befa y estrépito- a toda noticia que generada por la estulticia me venga a mano. Y sea de momento este el ultimo rebrote febril, porque tantos encajes de resopón me merman prestigio y confianza.

Vuelvo ahora al esquizofrénico titulo.

"España" es un país de balcones. De balcones para ver y para ser visto. De balcones de luto estricto o de abigarrado colorido. Cada "maja" su balcón, y cada pronunciamiento o proclama; cada justa, cada festejo o ajusticiamiento... Cada español ve el mundo desde un balcón, a mas de los balcones de sus ojos. De ahí que el tercer ojo del español sea un balcón inamovible y ferrado.

Se cuenta que en Valladolid, donde se derramara en torrentia de penas una tonadillera dicha "la Pantoja", pilosa y tirando a la machorrez ella, viuda de torero y al martillo de la ley pretendiente, ofertanse balcones por no menos de 6000 para verla cacarear, cual gallinita sin gallo y locuela, en olor a pueblo. ¡Menudo convite para el ojo lapidatorio de fisgones y vecindogas!

Pero que tal ocurra en Valladolid no es nada nuevo, que para esto del espectáculo los señores pincianos se pintan solos y siempre han tenido querencia por los tablados, balcones y tejados.

¿Quien ha sido el malsin que ha dicho que no es cierto?

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Narracion mas o menos somera del auto de fe que verificóse el domingo, día de la Trinidad, 21
de mayo de 1559, en la Plaza Mayor de Valladolid.

.... Alzóse en la plaza de Valladolid un tablado de madera, alto y suntuoso, en forma de Y griega, defendido por verjas y balaustres. El frente daba a las Casas Consistoriales, la espalda al Monasterio de San Francisco. Gradas en forma circular para los penitentes; un púlpito para que de uno en uno oyesen la sentencia; otro enfrente para el predicador; una valla o palenque de madera, de doce pies de ancho, que desde las cárceles de la Inquisición protegía el camino hasta la plaza; un tablado más bajo, en forma triangular, para los ministros del Santo Oficio, con tribunas para los relatores; en los corredores de las Casas Consistoriales, prevenidos asientos para la infanta gobernadora y el príncipe D. Carlos, para sus damas y servidunbre, para los Consejos, Chancillería y grandes señores, y, finalmente, más de doscientos tablados para los curiosos, que llegaron a tomar asiento desde media noche, y pagaron por ellos doce, trece y hasta veinte reales. Los que no pudieron acomodarse se encaramaron a los tejados y ventanas, y como el calor era grande, se defendían con toldos de angeo. Desde la víspera de la Trinidad mucha gente de armas guardaba el tablado, por temor de que los amigos de Cazalla lo quemasen, como ya lo habían intentado dos noches antes. El primer día de Pascua del Espíritu Santo se había echado pregon, prohibiendo andar a caballo ni traer armas mientras durase el auto. Castilla entera se despobló para acudir a la famosa solemnidad; no solo posadas y mesones, sino las aldeas comarcanas y huertas y granjas se llenaron de gente, y como eran días del florido mayo, muchos durmieron al raso por aquellos campos de pan llevar. «Parezia una general congregación del mundo..., un propio retrato del Juicio», dice Fray Antonio de la Carrera. Muchos se quedaron sin ver nada; pero al menos tuvieron el gusto de recrearse «en la diversidad de gentes, , naciones y lenguas allí presentes», en el aparato de los cadalsos y en la bizarría y hermosura de tantas apuestas damas como ocupaban las finestras y terrados de las calles por donde habían de venir los penitentes. Más de dos mil personas velaban en la plaza, al resplandor de hachas y luminarias.

Entonces se madrugaba mucho. A la una empezó a decirse misa en iglesias y mionasterios, y aún no eran las cinco de la mañana cuando aparecieron en el Consistorio la pricesa gobernadora, Dª Juana, «vestida de raxa, con su manto y toca negra de espumilla a la castellana, jubón de raso, guantes blancos y un abanico dorado y negro en la mano», y el débil y valetudinario príncipe D. Carlos «con capa y ropilla de raxa llana, con media calza de lana de aguja y muslos de terciopelo, y y gorra de paño y su espada y guantes». Les acompañaban el condestable de Castilla, el almirante, el marqués de Astorga, el de Denia; los condes de Miranda, Andrade, Monteagudo, Módica y Lerma; el ayo del príncipe D. García de Toledo; los Arzobispos de Santiago y de Sevilla; el Obispo de Ciudad Rodrigo, domeñador de los feroces conquistadores del Perú. Delante venía la Guardia Real de a pie, con pifanos y tambores.

El orden de la comitiva era éste: a todos precedía el Consejo de Castilla y los grandes; en pos, las damas de la princesa, ricamente ataviadas, aunque de luto. Delante de los príncipes venían dos maceros, cuatro reyes de armas vestidos con dalmáticas de terciopelo carmesí, que mostraban bordadas las armas reales, y el conde de Buendía con el estoque desnudo.

Luego que tomaron asiento los príncipes bajo doseles de brocado, empezó a desfilar la procesión de los penitenciados, delante de la cual venía un pendón de damasco carmesí con una cruz se oro al cabo y otra bordada en medio, y debajo las armas reales, llevado por el fiscal del Santo Oficio Jerónimo Ramírez. En el tablado más alto se colocó la cruz de la parroquia del Salvador, cubierta de luto. Los penitentes eran treinta: llevaban velas y cruces verdes; trece de ellos corozas, Herrezuelo mordaza y los demás sambenitos y candelasen las manos. Los hombres iban sin caperuza. Acompañabanlos sesenta familiares.

Comenzó la fiesta por un sermón del insigne dominico fray Melchor Cano, electo Obispo de Canarias, y fué como de tan gran varón podía esperarse, según declaran unánimes los que le oyeron. Duró una hora, y verso sobre este lugar de San Mateo (VII, 15): «Attendite a falsis prophetis, qui veniunt ad vos in vestimentis ovirum: intrinsecus autem sunt lupi rapaces»

Acabado el sermón, el Arzobispo Valdés, acompañado del inquisidor Francisco Vaca y de su secretario, se acercó a los principes y les hizo jurar sobre la cruz y el misal que «defenderían con su poder y vidas la fe católica que tiene y cree la Santa Madre Iglesia Apostólica de Roma, y la conservación y aumento della; y perseguirían a los herejes y apóstatas, enemigos della; y darían todo favor y ayuda al Santo Oficio y a sus Ministros, para que los herejes pertubadores de la religión cristiana fuesen punidos y castigados conforme a los decretos apostólicos y sacros cánones, sinque hubiese omisión de su parte ni acepción de persona alguna». Leída por un relator la misma fórmula al pueblo, contestaron todos con inmenso alarido: «Sí juramos». Acabado el juramento, leyeron alternativamente las sentencias el licenciado Juan de Ortega, relator, y Juan de Vergara, escribano público de Toledo...

A las cuatro de la tarde acabó el auto. La monja volvió a su convento. D. Pedro Sarmiento, el marqués de Poza y D. Juan Ulloa Pereyra fueron llevados a la cárcel de corte, y los demás reconciliados a la del Santo Oficio. Los relajados al brazo seglar caminanaron hacia la Puerta del Campo, junto a la cual había clavados cinco maderos con argollas para quemarlos. Cazalla, que al bajar del tablado había pedido la bendición del Arzobispo de Santiago, y despídiose con muchas lágrimas de su hermana doña Constanza, cabalgó en su jumento, y fue predicando a la muchedumbre por todo el camino. «Veis aquí -decía- el predicador de los príncipes, regalado del mundo, el que las gentes traían sobre sus hombros; veisle aquí en la confusión que merezía su soberbia; mirad por reverencia de Dios que toméis ejemplo en mi para que no os perdais, ni confieis en vuestra razón ni en la prudencia humana; fiad en la fe de Cristo y en la obediencia de la Iglesia, que este es el camino para no perderse los hombres...»

En vista de sus retractaciones, a él y a los demás se les conmutó el genero de suplicio: fueron agarrotados y reducidos sus cuerpos a ceniza. «De todos quince -dice Illescas-, solo el bachiller Herrezuelo se dejó quemar vivo, con la mayor dureza que jamás se vio. Yo me hallé tan cerca del, que pude ver y notar todos sus meneos. No pudo hablar, porque por sus blasfemias tenía una mordaza en la lengua; pero en todas las cosas pareció duro y empedernido, y que por no doblar sus brazos quiso antes morir ardiendo que creer lo que otros de sus compañeros. Noté mucho en él, que aunque no se quejó ni hizo extremo ninguno con que mostrase dolor, con todo eso murió con con la más extraña tristeza en la cara de quantas yo he visto jamás. Tanto, que ponía espanto mirarle al rostro, como aquél que en un momento había de ser en el infierno con su compañero y maestro Luthero»...

Los primeros agarrotados fueron Cristóbal de Ocampo y doña Beatriz de Vibero, mujer de extremada hermosura, al decir de los contemporaneos. Así fueron discurriendo hasta llegar a Cazalla, que, sentado en el palo y con la coroza en las manos, a grandes voces decía: «Esta es la mitra que Su Majestad me había de dar; este es el pago que da el mundo y el demonio a los que le siguen». Luego arrojó la coroza al suelo, y con grande ánimo y fervor besaba el Cristo, exclamando: «Esta bandera me ha de librar de los lazos en que el demonio me ha puesto; hoy espero la misericordia de Dios que la tendrá de mi ánima; y así se lo suplico, poniendo por intercesor a la Virgen Nuestra Señora».

Y poniendo los ojos en el cielo dijo al verdugo: «Ea, hermano»;y él comenzó a torcer el garrote, y el Dr. Cazalla a decir «Credo, credo», y a besar la cruz; y así fué ahorcado y quemado.


PROTESTA :

Contrario a mi costumbre de esta capillada no pueden esperarse notas ni enlaces. Me disculpo de ello por tratarse de un texto descriptivo alejado de toda intención didáctica. Explicar además el carácter de los personajes, instituciones, usos y costumbres de la época que refleja, es mas de una tesina que de un culto divertimento: mi intención primera y ultima. He venido a contar aquí, según razono someramente en la introducción, del gusto del español por el espectáculo, bueno o malo, culto o nefando. Decir si acaso que la narración, a veces tremenda, esta cargada de truculencia y dramatismo: No tenia, por ejemplo, el Tribunal del Santo Oficio, ese poder en el que el texto nos hace pensar; era en realidad un brazo mas del poder real y como tal se comportaba. La Inquisición española (hubo varias y contradictorias entre si) siempre ha sido espuriamente tratada, como si no importase la verdad de sus actuaciones, leves por demás si los comparamos con la de otros países europeos. Sobre tal, mi libro de cabecera es: "La Inquisición Española" (Nueva Visión, Nuevos Horizontes), recopilación de los trabajos presentados en el I Symposium Internacional sobre la Inquisición española, celebrado en Cuenca en septiembre de 1978.

Vale.

Don Gaiferos (el "don" es imprescindible)