miércoles, mayo 23, 2007
J.C. Maxwell en Delhi.
Que J.C. Maxwell jamas estuvo en India[1] es cosa de sobra probada, o eso han intentado dejarnos ver sus más prestigiosos biógrafos, que han sido muchos y generalmente bien informados. Pero rasca-vidas aparte, he de confesar que mis colegas Marcel, Hemachandra y yo hemos dado con él en Delhi, una ciudad que como toda que se precie se asienta a su manera a las orillas de un río. Este se llama Yamuna, es afluente del Ganges y tan sagrado como él, y en los días que toco revoltoso y del color de la mierda descafeinada. El río parte pero no reparte, porque la ciudad se asienta mayormente en la orilla oeste del río, aunque su contraria, pasito a pasito, va repuntando.
Delhi es una ciudad como suma de otras veinte y todas astrosas y feas. Quien utilice a Delhi como puerta de India llevara siempre en la memoria un reniego. Hay cierto empeño en partir a Delhi en dos: la nueva y la vieja, pero para unos sentidos entrenados el gambito no funciona. Para bien o par mal Delhi no es partición, sino suma.
Los taxis de Delhi no pasan revisión ni falta que les hace, son mas divertidos. Delhi es ruido, superlativo agitanamiento y especias; esquinas con sorpresa, contaminación y procesiones de los mas raro. Delhi es color, mendicidad, bulevares a la europea, mierda y moscas. Delhi, toda ella, es un divertido mercadillo: caro a veces y a propósito para los bobos occidentales que la visitamos. Pasar sin transición de una avenida magníficamente asfaltada a una calle embarrada por cuyas orillas discurren las aguas residuales es una de las cosas que mas me han divertido. Extremoso que es uno.
Como fuere y por lo que fuere en Delhi hay centros de enseñanza tan excelentes que ya los quisiera yo para España. Sus estudiantes, sujetos a programas de lo mas avanzado, pasan por disciplinados y aplicados: solo había que ver el numero de ellos con los que di en una serie de conferencias sobre la preparación y manipulación de nanoestructuras en forma de películas mediante la técnica de Langmuir-Blodgett. Aclaro que me vi allí como acompañante y no como experto. Pensándolo bien, fío mas el futuro a los indios que a los chinos. Querencias acaso...
Delhi es dilatada hasta la extenuación. Claro, en puridad Delhi es la suma de siete ciudades: La nueva y la vieja, Dhillika, Tughluqabad y Purana Quila puede que sean las más monumentales e importantes. Pero Delhi cuenta con un magnifico metro con mas kilometraje a cielo abierto que subterráneo. Otro punto a su favor: en el lugar no esta mal visto patear en los testículos a un viajero por lograr plaza en un autobús. Quienes presuman de olfato fino mejor que olviden este servicio. Los triciclos (rickshaws), motorizados o no, son mi modo de transporte preferido; el problema reside en que su circulación no es universal, sino que se ve circunscrita a determinadas zonas. De vivir en Delhi este escribiente conduciría un blindado, tal es el miedo que los nativos me producen al volante.
Delhi es además ritos, extrañas usanzas, un torbellino de vida fuertemente arraigada. Asi lo creo y asi lo digo.
Bien guiado, uno puede comer estupendamente fuera de los circuitos hoteleros, aunque hay que ir preparado para ciertas sorpresas vegetales. Tienen una casi pasable cerveza nacional, siempre que se tome fría, muy fría. Cuenta la urbe con una oferta cultural que, aun teniendo que atender a una fuerte diversidad, no es desdeñable. Hay cines y cines y mas cines, cuya decoración y vida interior es difícil de imaginar; las estrellas locales gozan de gran predicamento y lucen en cartelones de delirante optimismo. En los días que traigo a colación la prensa anunciaba un ciclo de películas latinas del oeste, con Sergio Leone como figura predominante. Creo recordar, aunque no lo encuentro entre mis notas, que el español Alex de la Iglesia también estaba incluido en el lote.
En Delhi, en la Delhi autentica y profunda uno se hace entender por señas[2], pues cada uno parla como dios o el diablo le da a entender. La burguesía empresarial del lugar tiene un ingles antañón y repulido, madruga poco, viste muy finolis y gasta un protocolo gestual que acojona. En Delhi hay cucarachas para todos los gustos, y tengo para mi que entre ellas guardan un rígido sistema de castas. Aquí el calor viene con un pegamento de fuerza instantánea incorporado.
Desde la atalaya mas alta del palacete de cinco torres en el que nos alojamos se ve un puente y luego un ensanchamiento considerable del río. En su parte trasera hay un espacio ajardinado, exótico para alguien de las tierras góticas como yo; una pista de tenis; un campo de cricket; un templete barroquizante sobre el que músicos de blanco impoluto descojonan melodías que les son extrañas; un pabellón en el que el alcohol corre libre de impuestos y a toda hora frecuentan nativos de posibles muy trajeados. Todo esto rodeado por una cerca. Por una cerca a la berlinesa: alta, recia, de púas rematada, y vijiada por un energúmeno de profética barba que armado de un riguroso palo monta un elefante. Una diminuta puerta en el muro alambrado da a una inadvertida calle, a la calle en la que con J.C Maxwell topamos.
No Maxwell a secas; sino J.C. Maxwell, con todas las letras, unas letras de dos dedos de grosor a fuer de ser repintadas sobre lo que debió de ser el letrero original, como rezaba un torcido letreron que lucia sobre un muro aquejado de lepra que ocultaba un corralón por el que corrían mas de veinte especies animales. El acceso se llevaba a cabo por una puerta doble, de madera en estado terminal, desgoznada. Tras apartar de nuestro paso a un par de perros famélicos, cabras y gallinas, algún que otro pato de secano y demás fauna llegamos, no sin cierta aprensión, lo reconozco, a un oscuro local donde en caótico orden igual se veían teclados de ordenador que planchas de antes de la arruga, afeitadoras del tamaño de cajas de zapatos o radios de galena...; ya digo, un autentico museo de lo absurdo y desfasado. Roña sobre roña.
Encontramos al presunto propietario, ojos de antracita y menudo cual cuija, con un motorcillo eléctrico entre las manos, sentado en un taburete de bar, de espaldas a una mesa de trabajo llena de cachivaches propios de un museo etnológico. Desde un claro habilitado sin concierto en ella, un endriago que permanecía en cuclillas y gastaba unas gafas mas grandes que la cabeza le cortaba el pelo. Un gato atigrado y hocicudo husmeaba los rizos que caían al suelo. A la pregunta que le hizo Hemachandra sobre la razón del nombre que campeaba sobre el paramento del patio, contesto que no lo sabia con certeza, puesto que el había llegado de Bikaner hacia tan solo siete años. Luego, tras lubricar la maquina pensante mediante reiteradas maniobras repartidas entre orejas y nariz, dijo recordar haber oído que acaso aquello del nombre se debiera a que allí vivió un electricista ingles muy famoso, de los que salen en los libros... ¡Y el mundo gira y gira..., habrase visto!
Y cierro ya esta evocación india para confesar sin sonrojo que J.C. Maxwell, el Maxwell del que ahora vengo a hablar, tuvome durante años como a puta por rastrojo: con el culo pelado y las neuronas estragadas por mejor decir. No propiamente él, hombre sin tacha y un si no es apocado, pobriño, sino aquellas sus ecuaciones que vinieron a sentarme como un potaje de garbanzos de acero.
# # # # # #
Fue mi torturador de ayer (permítaseme la licencia) hijo de un terrateniente escocés. Aplicado además, puesto que en vez de dedicarse, como Dios manda, a la destilación de espirituosos, a dar plomo a cuanto bicho se moviera o a perseguir acezante a las mozas por prados y henales, dedicose a la investigación y a la enseñanza. Maxwell, discípulo de Faraday, tenía un buen pasar económico, la barba poblada, un perro que no se llamaba Lulu[3] y una mujer que le ayudaba en su trabajo. Se llamaba esta Katherine Mary, y hay retratos en los que sale elegante pero envarada. En 1873 Maxwell dio a la luz un tocho titulado «Treatise on Electricity and Magnetism», en el que compendiaba y "sintetizaba", con menos claridad que sabiduría, todos los conocimientos sobre tan brumosos temas. El resultado fue ese conjunto de ecuaciones que hoy conocemos como «ecuaciones de Maxwell», en las cuales vino a deducir que las leyes experimentales de la electricidad y el magnetismo (léase leyes de Coulomb, Gaus, Ampere, Biot-Savart, Faraday) podían resumirse de una forma matemática simplificada. En realidad, lo que hacen las ecuaciones de Maxwell es relacionar los vectores de campo eléctrico y magnético (E y B) con sus fuentes: las cargas eléctricas, las corrientes y los campos variables. Estas "apestosas" ecuaciones, cuya aplicación a la mayoría de los problemas exige un buen rodaje matemático, vienen a ser al electromagnetismo clásico lo que las leyes de Newton a la mecánica clásica. Además, como bien sabéis, la fuerza electromagnética es indispensable para la vida, pues es la responsable de que los átomos se liguen entre si gracias a la llamada «fuerza electromagnética residual» Maxwell palmolive en 1879, nueve años antes de que los experimentos de Hertz confirmaran la validez de su teoria.
___________________________________
• [1].- En plan puntilloso diríamos que tal aseveración no es cierta, puesto que Maxwell nació en la casa que la familia poseía en el 14 de India Street, Edinburgh.
• [2].- La India es abiertamente plurilingüe. El hindi y el ingles pasan por ser los dos idiomas oficiales, aunque la Constitución reconoce como "principales" a otras 18 lenguas. A mas de las citadas existen otras 418 "enumeradas", cada una de ellas hablada por mas de 10.000 personas. Y aun hay mas, variantes de las citadas unas, pertenecientes a minorías arcaicas otras.
• [3].- En realidad aquel con el que tantas veces salió fotografiado se llamaba "Choli".
CORRESPONDENCIAS:
· School of Mathematical and Computational Sciences University of St Andrews: James Clerk Maxwell.
· physicsweb: James Clerk Maxwell: a force for physics
· SONNET: Biografia J.C. Maxwell. Excelente biografía aunque en ingles. Recomiendo su descarga.
· Joint Astronomy Centre: James Clerk Maxwell Telescope.
· Soko: Ondas electromagnéticas (Autora: Silvia Sokolovsky)
· Centro de Conocimientos: Historia del Desarrollo de la Electricidad.
· Universidad del Pais Vasco: Demostración de la ley de Faraday (I)
Delhi es una ciudad como suma de otras veinte y todas astrosas y feas. Quien utilice a Delhi como puerta de India llevara siempre en la memoria un reniego. Hay cierto empeño en partir a Delhi en dos: la nueva y la vieja, pero para unos sentidos entrenados el gambito no funciona. Para bien o par mal Delhi no es partición, sino suma.
Los taxis de Delhi no pasan revisión ni falta que les hace, son mas divertidos. Delhi es ruido, superlativo agitanamiento y especias; esquinas con sorpresa, contaminación y procesiones de los mas raro. Delhi es color, mendicidad, bulevares a la europea, mierda y moscas. Delhi, toda ella, es un divertido mercadillo: caro a veces y a propósito para los bobos occidentales que la visitamos. Pasar sin transición de una avenida magníficamente asfaltada a una calle embarrada por cuyas orillas discurren las aguas residuales es una de las cosas que mas me han divertido. Extremoso que es uno.
Como fuere y por lo que fuere en Delhi hay centros de enseñanza tan excelentes que ya los quisiera yo para España. Sus estudiantes, sujetos a programas de lo mas avanzado, pasan por disciplinados y aplicados: solo había que ver el numero de ellos con los que di en una serie de conferencias sobre la preparación y manipulación de nanoestructuras en forma de películas mediante la técnica de Langmuir-Blodgett. Aclaro que me vi allí como acompañante y no como experto. Pensándolo bien, fío mas el futuro a los indios que a los chinos. Querencias acaso...
Delhi es dilatada hasta la extenuación. Claro, en puridad Delhi es la suma de siete ciudades: La nueva y la vieja, Dhillika, Tughluqabad y Purana Quila puede que sean las más monumentales e importantes. Pero Delhi cuenta con un magnifico metro con mas kilometraje a cielo abierto que subterráneo. Otro punto a su favor: en el lugar no esta mal visto patear en los testículos a un viajero por lograr plaza en un autobús. Quienes presuman de olfato fino mejor que olviden este servicio. Los triciclos (rickshaws), motorizados o no, son mi modo de transporte preferido; el problema reside en que su circulación no es universal, sino que se ve circunscrita a determinadas zonas. De vivir en Delhi este escribiente conduciría un blindado, tal es el miedo que los nativos me producen al volante.
Delhi es además ritos, extrañas usanzas, un torbellino de vida fuertemente arraigada. Asi lo creo y asi lo digo.
Bien guiado, uno puede comer estupendamente fuera de los circuitos hoteleros, aunque hay que ir preparado para ciertas sorpresas vegetales. Tienen una casi pasable cerveza nacional, siempre que se tome fría, muy fría. Cuenta la urbe con una oferta cultural que, aun teniendo que atender a una fuerte diversidad, no es desdeñable. Hay cines y cines y mas cines, cuya decoración y vida interior es difícil de imaginar; las estrellas locales gozan de gran predicamento y lucen en cartelones de delirante optimismo. En los días que traigo a colación la prensa anunciaba un ciclo de películas latinas del oeste, con Sergio Leone como figura predominante. Creo recordar, aunque no lo encuentro entre mis notas, que el español Alex de la Iglesia también estaba incluido en el lote.
En Delhi, en la Delhi autentica y profunda uno se hace entender por señas[2], pues cada uno parla como dios o el diablo le da a entender. La burguesía empresarial del lugar tiene un ingles antañón y repulido, madruga poco, viste muy finolis y gasta un protocolo gestual que acojona. En Delhi hay cucarachas para todos los gustos, y tengo para mi que entre ellas guardan un rígido sistema de castas. Aquí el calor viene con un pegamento de fuerza instantánea incorporado.
Desde la atalaya mas alta del palacete de cinco torres en el que nos alojamos se ve un puente y luego un ensanchamiento considerable del río. En su parte trasera hay un espacio ajardinado, exótico para alguien de las tierras góticas como yo; una pista de tenis; un campo de cricket; un templete barroquizante sobre el que músicos de blanco impoluto descojonan melodías que les son extrañas; un pabellón en el que el alcohol corre libre de impuestos y a toda hora frecuentan nativos de posibles muy trajeados. Todo esto rodeado por una cerca. Por una cerca a la berlinesa: alta, recia, de púas rematada, y vijiada por un energúmeno de profética barba que armado de un riguroso palo monta un elefante. Una diminuta puerta en el muro alambrado da a una inadvertida calle, a la calle en la que con J.C Maxwell topamos.
No Maxwell a secas; sino J.C. Maxwell, con todas las letras, unas letras de dos dedos de grosor a fuer de ser repintadas sobre lo que debió de ser el letrero original, como rezaba un torcido letreron que lucia sobre un muro aquejado de lepra que ocultaba un corralón por el que corrían mas de veinte especies animales. El acceso se llevaba a cabo por una puerta doble, de madera en estado terminal, desgoznada. Tras apartar de nuestro paso a un par de perros famélicos, cabras y gallinas, algún que otro pato de secano y demás fauna llegamos, no sin cierta aprensión, lo reconozco, a un oscuro local donde en caótico orden igual se veían teclados de ordenador que planchas de antes de la arruga, afeitadoras del tamaño de cajas de zapatos o radios de galena...; ya digo, un autentico museo de lo absurdo y desfasado. Roña sobre roña.
Encontramos al presunto propietario, ojos de antracita y menudo cual cuija, con un motorcillo eléctrico entre las manos, sentado en un taburete de bar, de espaldas a una mesa de trabajo llena de cachivaches propios de un museo etnológico. Desde un claro habilitado sin concierto en ella, un endriago que permanecía en cuclillas y gastaba unas gafas mas grandes que la cabeza le cortaba el pelo. Un gato atigrado y hocicudo husmeaba los rizos que caían al suelo. A la pregunta que le hizo Hemachandra sobre la razón del nombre que campeaba sobre el paramento del patio, contesto que no lo sabia con certeza, puesto que el había llegado de Bikaner hacia tan solo siete años. Luego, tras lubricar la maquina pensante mediante reiteradas maniobras repartidas entre orejas y nariz, dijo recordar haber oído que acaso aquello del nombre se debiera a que allí vivió un electricista ingles muy famoso, de los que salen en los libros... ¡Y el mundo gira y gira..., habrase visto!
Y cierro ya esta evocación india para confesar sin sonrojo que J.C. Maxwell, el Maxwell del que ahora vengo a hablar, tuvome durante años como a puta por rastrojo: con el culo pelado y las neuronas estragadas por mejor decir. No propiamente él, hombre sin tacha y un si no es apocado, pobriño, sino aquellas sus ecuaciones que vinieron a sentarme como un potaje de garbanzos de acero.
Fue mi torturador de ayer (permítaseme la licencia) hijo de un terrateniente escocés. Aplicado además, puesto que en vez de dedicarse, como Dios manda, a la destilación de espirituosos, a dar plomo a cuanto bicho se moviera o a perseguir acezante a las mozas por prados y henales, dedicose a la investigación y a la enseñanza. Maxwell, discípulo de Faraday, tenía un buen pasar económico, la barba poblada, un perro que no se llamaba Lulu[3] y una mujer que le ayudaba en su trabajo. Se llamaba esta Katherine Mary, y hay retratos en los que sale elegante pero envarada. En 1873 Maxwell dio a la luz un tocho titulado «Treatise on Electricity and Magnetism», en el que compendiaba y "sintetizaba", con menos claridad que sabiduría, todos los conocimientos sobre tan brumosos temas. El resultado fue ese conjunto de ecuaciones que hoy conocemos como «ecuaciones de Maxwell», en las cuales vino a deducir que las leyes experimentales de la electricidad y el magnetismo (léase leyes de Coulomb, Gaus, Ampere, Biot-Savart, Faraday) podían resumirse de una forma matemática simplificada. En realidad, lo que hacen las ecuaciones de Maxwell es relacionar los vectores de campo eléctrico y magnético (E y B) con sus fuentes: las cargas eléctricas, las corrientes y los campos variables. Estas "apestosas" ecuaciones, cuya aplicación a la mayoría de los problemas exige un buen rodaje matemático, vienen a ser al electromagnetismo clásico lo que las leyes de Newton a la mecánica clásica. Además, como bien sabéis, la fuerza electromagnética es indispensable para la vida, pues es la responsable de que los átomos se liguen entre si gracias a la llamada «fuerza electromagnética residual» Maxwell palmolive en 1879, nueve años antes de que los experimentos de Hertz confirmaran la validez de su teoria.
___________________________________
NOTAS:
• [1].- En plan puntilloso diríamos que tal aseveración no es cierta, puesto que Maxwell nació en la casa que la familia poseía en el 14 de India Street, Edinburgh.
• [2].- La India es abiertamente plurilingüe. El hindi y el ingles pasan por ser los dos idiomas oficiales, aunque la Constitución reconoce como "principales" a otras 18 lenguas. A mas de las citadas existen otras 418 "enumeradas", cada una de ellas hablada por mas de 10.000 personas. Y aun hay mas, variantes de las citadas unas, pertenecientes a minorías arcaicas otras.
• [3].- En realidad aquel con el que tantas veces salió fotografiado se llamaba "Choli".
CORRESPONDENCIAS:
· School of Mathematical and Computational Sciences University of St Andrews: James Clerk Maxwell.
· physicsweb: James Clerk Maxwell: a force for physics
· SONNET: Biografia J.C. Maxwell. Excelente biografía aunque en ingles. Recomiendo su descarga.
· Soko: Ondas electromagnéticas (Autora: Silvia Sokolovsky)
· Universidad del Pais Vasco: Demostración de la ley de Faraday (I)
Don Gaiferos (el "don" es imprescindible)