De Patrimonio Nacional y “Manguis” (II).
He de encontrar -sin demora- a alguien con autoridad que certifique mi incapacidad total para bregar con todo programa de "ordenata" que tenga que ver con el nobilisimo arte del ajedrez. Mi amiga Clara, sabiéndome aficionado al juego y malferido, ha tenido la bondad de enviarme un soft. que, menos fregar la escalera y preparar sopas de ajo, hace casi de todo. Pero no lo entiendo, oigan. No me hago con él. Me desconcierta y pasa a ser un ingrediente más en esa ¿rebosante? olla podrida donde a fuego lento cuecen mis vergüenzas e inutilidades.
Posibilidades el programa ofrece, fijo; pero igual me da, porque para el provecho que le saco es como si no ofreciera ninguna. Se ha de teclear mucho y atender al tiempo a demasiadas indicaciones luminosas: ininteligibles, apremiantes, tocapelotas, parpadeantes... Un engorro vejatorio para alguien acostumbrado a manejar las piezas con las manos.
Pero por probar que no quede. Ahora mismito estaba haciendo un ensayo con una de las mis mil partidas anotadas que corren por casa: J. Fedorowicz (blancas) -- S. Kudrin (negras), Berkeley, 1984... Ni defensa "Ben Oni" (la tengo ampliamente documentada como contrapunto a la apertura Indo-catalana) ni gaitas. Nada de nada. Cero pelotero.
Aparte de la tontuna que cultivo con esmero, esto mío debe de tener que ver con esa innegable carga de sensualidad que se da al manipular con las manos una pieza finamente labrada. ¡Vaya usted a saber, oiga!.
Y ni insinuar que no aprecio el regalo. Al contrario, puesto que no es esto una esquela de queja sino el sentido lamento de un pobre ignorante. Puto y pánfilo decoro. Venga, toca ahora empuñar el flagelo que mi ineptitud vocea: Lo cual que para la semana que viene, de paso por Madrid, invitare a cenar a Clarita, cónyuge y prole a esa bodega de la calle Moratín que tanto gusta a su emeritense marido. "Conspiradores", me parece que se llama. Recia pitanza extremeña y esas cosas...
Cansado de dar tumbos por los espejeantes desgalgaderos de lo personal, voy ahora con la patria estirpe de los "manguis" de museo. Nadie exija amenidad en ello, se trata de didáctica histórica y no de otra cosa.
Vale.
EL ROBO EN EL MUSEO DEL PRADO (Conti.)
Estos señores que disponían del Museo a su antojo eran -apresurémosnos a decirlo- los ilustres miembros del Patronato, y los Sres. D. José Villegas y D. José Garnelo, director y subdirector respectivamente. La obligación primordial de estos señores era la vigilancia, conservación y engrandecimiento del Museo Nacional.
Veamos cómo se cumplía esta obligación y qué abusivo empleo se hacía de los derechos otorgados por el Ministerio de Innstrucción pública y Bellas Artes.
Sin duda para vigilar mejor el Museo, los Sres. Villegas y Garnelo se habían apropiado de sendos locales de la parte alta para instalar allí magníficos estudios donde trabajaban, recibían visitas, dictaminaban acerca de la autenticidad de obras sometidas a su experta tasación y concebían los frecuentes traslados de cuadros que sorprendían e indignaban un poco a los habituales visitantes de la Pinacoteca Nacional.
Todos los días se descolgaban obras y se colgaban en diferente sitio, sin otra razón que el simple capricho de quien puede disponerlo. Todos los días eran oportunos para acordar restauraciones innecesarias o demorar las imprescindibles.
Mientras a unos pintores se les ha concedido el honor de una sala especial con todas sus obras reunidas, a otros, más importantes acaso, se les esparce por salas y aun pisos diferentes. Mientras a Murillo*, por ejemplo, se le otorga un buen sitio, Goya está colgado fragmentariamente en la antesala y en el salón de retratos -¡que arbitraria clasificación esta de retratos de diversas épocas y autores!-, y en las salas de abajo, donde se pudren rápidamente las maravillosas pinturas de los tapices.
Gracias al absurdo derecho de entrada, los domingos invade el Museo una muchedumbre excesiva, y, en cambio, el resto de la semana están las salas vacias, hasta tal punto que los vigilantes, aburridos, forman tertulia en una de ellas y abandonan la otra a la buena voluntad del solitario visitante o del ingenuo copista.
Era frecuente la entrada y salida de cuadros para los estudios de los señores Villegas y Garnelo. Unas veces cuadros para atribuciones y tasaciones particulares; otras veces lienzos originales de dichos señores. He aquí una costumbre peligrosa.
Tal ajetreo y constante ir y venir de lienzos antiguos, unido al meter y sacar del edificio gran cantidad de copias, algunas de ellas tan perfectas que podrían confundirse (a primera vista o a una luz deficiente y distinta de la habitual) con los cuadros originales, continúa el peligro de esa costumbre.
Tampoco existe un catálogo moderno y actual.
Uno de los deberes más inmediatos a cumplir del Patronato era la redacción de un nuevo catálogo, toda vez que el de D. Pedro Madrazo, fechado en 1872, es, a pesar de sus excelencias, deficiente y contiene muchos errores, subsanados después por la crítica y los eruditos.
El Patronato se creó en 7 de junio de 1912. Van transcurridos seis años y aun no se ha hecho más que una reedición del catálogo de Madrazo en 1913, con una notabilísima Noticia Histórica del inteligente secretario del Museo D. Pedro Beroqui.
Entre los enormes perjuicios de esa lentitud para confeccionar el catálogo, no ha sido el menor el de no poder asegurar, de un modo absoluto y definitivo, cuáles fueron las piezas robadas del Tesoro del Delfin. Entre las positivas ventajas que reportará ese catálogo hay que tener en cuenta la de poder comprobar si el número de obras de nuestro Museo no ha sufrido ninguna disminución o transformación.
En cuanto a los restantes deberes del Patronato eran estipulados en la siguiente forma en el preámbulo del Real decreto referente a su creación:
«Constante comunicación con los grandes Museos del mundo y con los otros de España, donde yace ignorada, y a veces con riesgo de perderse, una riqueza considerable artistica e histórica; preparación de exposiciones especiales y organización de conferencias, de crítica elevada las unas y de vulgarización las otras; revisión y confrontación de los antiguos inventarios de obras de arte confiadas en depósito a colectividades y corporaciones de varias clases; estimulación y guía para las donaciones particulares, contenidas hasta ahora en límites muy reducidos a causa de la evidentísima falta de compenetración que existe entre los ciudadanos y los Centros oficiales; plan de servicios subalternos del Museo a fin de evitar toda clase de riesgos al edificio y a las obras, y hacer fácil, agradable la visita de turistas y aficionados a las Bellas Artes; atención cotidiana, diligente, efusiva hacia el Museo y todos sus elementos constitutivos, con ese calor y esa ansiedad que no nacen, ni pueden nacer solamente de un contrato de servicios entre los funcionarios y el Estado que les retribuye, sino del culto íntimo y ferviente del arte y de sus glorias»
De cómo fueron cumplidos todos estos laudables propósitos del ministro que creó el Patronato del Museo, dieron cabal medida las conferencias del Sr. Lázaro Galdeano en el Ateneo.
Por una extraña casualidad era ministro de Instrucción pública y Bellas Artes el mismo que firmaba el Real decreto de 1912: D. Santiago Alba. Debió ser para él doloroso recibir la dimisión de aquellos a quienes “el culto del arte y sus glorias”, llevó unicamente a la vanidosa tarea de patronos, y la de aquellos a quienes liga “un contrato de servicios remumerados por el Estado”.
La importancia del robo, el alto precio de las joyas y la riqueza artística de ellas, hicieron suponer cierta elevada categoría en los autores del latrocinio y, sobre todo, la posibilidad de recobrallas en un plazo más o menos breve.
Sin embargo, desgraciadamente, la novela policiaca tuvo un triste desenlace. Se descubrió, se detuvo al ladrón, y éste confesó las circustancias de su delito.
Es un antiguo celador del Museo, un tal Rafael Coba, de tipo y vida chulescos, que alterna en el mundo heteroclíto de los bajos fondos sus vicios, su vagancia y su estupidez. Estas joyas, que iba sustrayendo poco a poco y desde hacia muchos meses, las destrozaba luego en su casa para vender los pedazos de oro cincelados, las piedras preciosas, los esmaltes, los camafeos, a precios infimos. El resto de las joyas que, a juicio suyo, eran invendibles o demasiado peligrosas, lo machacaba y lo arrojaba a una alcantarilla frontera de su casa en la penumbra ortal de las madrugadas. Dimitido el Patronato e incapacitado fisicamente el subdirector, destituido por la opinión pública el director, nos permitimos hacer en aquellos días al ministro de Instrucción pública y al director general de Bellas Artes las siguientes observaciones:
Si bien la Subdirección habrá de desempeñarla un profesional, en su doble carácter de conservador y restaurador, la Dirección del Museo del Prado -como las Direcciones de todos los Museos del mundo- no debe ser conferida a un pintor, sino a un crítico. Pero si, débil el ministro a las influencias de sus compañeros de Academias, cede con notorio error en este punto, no debe ser sin tres condiciones imprescindibles, a las que habían de añadirse otras, naturalmente:
• 1.ª Derogar esa cláusula absurda de que el director de Museos -como el director general de Bellas Artes, porque ya hablaremos también de esto otro- sea necesariamente un artista pensionado con medalla de honor.
• 2.ª La desaparición radical de los estudios del director y del subdirector en el lo0cal del Museo.
• 3.ª Prohibición absoluta de tasaciones y atribuciones por parte del director y subdirector de obras y autores de propiedad particular o con destino a otros Museos...
«Si creemos que no debe ser un artista el director del Museo, opinamos que debe existir un grupo de artistas en calidad de Comisión consultiva. Esta Comisión debe estar formada por académicos de San Fernando. Desde hace algún tiempo se está vejando y anulando a la Academia de San Fernando de un modo que ya no puede tolerarse»
«Ni en el Patronato, ni en la Dirección del Museo, debe entrar ningún coleccionista o anticuario más o menos ilustre»
«Por último, en un asunto de tal importancia bien merece la pena de que el ministro de Instrucción pública escuche toda clase de opiniones. Animado de mi deseo de facilitar su gestión dificilísima, me permito iniciar la idea de una reunión en el Ateneo o en la Academia a la cual concurrieran, presididos por el director de Bellas Artes, los académicos de San Fernando, los artistas premiados con primera medalla y los críticos de todos los periodicos»
«En esta reunión podría cambiarse impresiones, apuntarse iniciativas, indicar reformas y, sobre todo, constituir un Comité encargado de redactar el reglamento definitivo por el cual deberá regirse en lo futuro el Museo del Prado, y de redactar una candidatura de personalidades aptas para la dirección y subdirección del Museo»
«Después, y en Junta general, se elegirían por votación, firmada y rubricada, los dos señores que habían de desempeñar dichos cargos»
Si no todos estos consejos, la parte fundamental de ellos ha sido aceptada por el Gobierno.
Para el cargo de director se ha nombrado un crítico de tan reconocida competencia como Aureliano de Beruete y Moret. Para la subdirección, a un profesional de la pintura: Fernando Alvarez de Sotomayor.
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* Tropezar con Murillo y venirme a las mientes un gallo es automático. La asociación viene de lejos y "culpo" de ello a la lectura de Ceán Bermúdez (no confundir con su contemporáneo Cea Bermúdez -también escrito en ocasiones Zea-, político, negociador, secretario de Estado, realista moderado y a la vez absolutista, ministro de aquel Gobierno visto y no visto que fue el de Cleonard), pintor e historiador de arte español, académico de San Fernando y de la Historia, nacido en Gijón. Más famoso por sus críticas de arte que por su producción pictórica. En su Diccionario histórico de los más ilustres profesores de Bellas Artes en España (6 vols., 1800), aplica por primera vez el método crítico al arte español. Y es entre su follaje donde en el Curioso diálogo -sin nombre de autor pero notoriamente suyo- entre Megs y Murillo, sale a colación el dichoso gallo:
... Con tan lisonjeros presagios me atreví a pintar un gallo; y lo hice con más felicidad que el profesor del epigrama de Francisco Pacheco, suegro y maestro del gran Velázquez; pues no tuve necesidad de matar al vivo que me había servido de modelo; de aquel epigrama tan gracioso que ha quedado en proverbio entre nosotros los pintores sevillanos, pues algunos fueron también agudos poetas. No se me ha olvidado todavía y por si no le has oído, te lo quiero recitar:
Pintó un gallo un mal pintor,
Y entró un vivo de repente,
En todo tan diferente
Cuanto ignorante su autor.
Su falta de habilidad
Satisfizo con matallo;
De suerte que murió el gallo
Por sustentar la verdad.
Don Gaiferos (el "don" es imprescindible)
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