miércoles, septiembre 05, 2007

De Patrimonio Nacional y “Manguis”`(I).

Lo que sigue, un sugestivo trabajo de Don José Francés publicado en “EL AÑO ARTISTICO”, septiembre de 1918, iba complementado -obvias las razones- con una entradilla en la que me dio por comentar el cese de Rosa Regás como directora de la Biblioteca Nacional. Como se vera, tal exordio no ha llegado a ver la luz. En un acto de lucidez, aunque mas próximo a la autocensura que a otra cosa, lo he suprimido por innecesario. Aun así de justicia es que lo sepáis. Que sepáis que mostrabame en él duro e inapelable, agresivo en extremo, cínico y epigramático, desajustado; hablatin desbordado; odre de todos aquellos "vicios" que Fray Felix de Alamin determina como "pecados" propios del hablador desmesurado: revelar secretos, porfiar, hacer burla, irrisión o escarnio, chismorrear, decir chanzas, chistes y burlas, hablar a tontas y a locas, etc.. No penséis, sin embargo, que este guillotinar de lo propio es porque guarde alguna emoción positiva hacia la progresista con nómina en danza: de mocita voceada en publico como buenorra por aquellos grandes bribones que juergueaban a sus anchas por la Ciudad Estado de Barcelona... De índole ético son las razones.

Y basta ya de flagelarme como un penitente mochales. Mejor me voy a preparar una empanada de patatas con hierbas aromáticas.

EL ROBO EN EL MUSEO DEL PRADO

Vivió Madrid durante unos días la accidentada inquietud de una novela policiaca. Cada policía se imaginaba un detective de Conan Doyle, cada periodista un Rouletabille de Gaston Leroux, cada ciudadano leía su periódico favorito con idéntica fruición que podría leer libros de misterio y bandidaje de guante blanco, o sentía esa malsana curiosidad que despiertan las películas interminables de La mano que aprieta, La máscara de los dientes blancos, o Los vampiros.

No le faltaba al suceso apasionador ni un título sugestivo: El robo del tesoro del Delfín.

Luego fué aumentando la expectación pública. Pasaban dias sin descubrirse nada. El director, Sr. Villegas, acudía a declarar, acompañado de un lazarillo, porque le habían hecho una grave operación a la vista y estaba momentáneamente ciego. El subdirector, Sr. Garnelo, perdió la razón, y continúa recluído en su domicilio, sin recobrar las facultades mentales. Un miembro del Patronato, la ex entidad que debía vigilar y atender a la conservación y prosperidad del Museo, el Sr. Lázaro Galdeano, pronunció dos conferencias en el Ateneo, descubriendo negligencias terribles, abandonos vergonzosos e incapacidades punibles.

Y mientras tanto, por la Jefatura de Policía y por el despacho del juez encargado de la causa, desfilaban gentiles figuras de modelos o iba y venía un alemán misterioso, ese alemán que es siempre oportuno buscar en los delitos coetáneos de la guerra y en los asuntos artísticos.

Poco a poco, también, joyeros y plateros de baja estofa, conocidos algunos como encubridores de raterías, entregaban voluntaria o involuntariamente objetos de los robados o trozos de ellos.

Y la gente que no se cuidó jamás de las ricas joyas de metal, de piedras duras, de cristal finísimo, incrustadas de gemas y camafeos bellamente trabajados, se agolpaba frente a esas vitrinas que contenían el resto de las copas, ánforas; bandejas y arquetas más famosas por el robo que por los siglos.

¡Bello nombre tenían estos objetos de metalistería y de cristal, que eran fiesta para los ojos, deleite para el espíritu, contenidos en las dos vitrinas de la sala central de nuestro Museo!

Tesoro realmente de un príncipe del siglo áureo de la Francia galante. Evocaban con sus formas esbeltas o complicadas, con su centelleo de gemas, con sus claras transparencias y sus sensuales tonos, los pretéritos esplendores de una Corte pomposa. Por las salas contiguas veíanse retratos de personajes que acaso tuvieran en sus manos las copas, las ánforas, las arquetas, las salvillas; tal vez en sus dedos y sobre su pecho lucieran camafeos y entalles fraternos de aquellos que mostraban engastados los ricos metales; quizá los mismos artífices que trabajaron las joyas que ostentan las damas inmortalizadas por la pintura fueron los que permanecieron largo tiempo cincelando la bandeja o el cáliz donde una sierpe diabólica se enroscaba...

Tesoro de un delfín de Francia, con sus simbólicos delfines en los remates de las copas, nos detenía siempre como un hechizo ante la portentosa serie de jaspes, ágatas, pastas vítreas, esmaltes, camafeos, malaquitas, y ónices de calcedonia y toda clase de piedras gnósticas, que hacían pensar en el divino Dioscórides, cuyas obras son el más preciado ornato de las dactiliotecas; maravillas de la glíptica francesa que sugerían el recuerdo del lapidario Jacobo Guay; repujados y cincelados que parecían haber sido concebidos y realizados por Benvenuto Cellini.

Contraste de nuestra época vulgar, industrializada, las alhajas áureas, genmadas, cristalinas del Museo, ligaban con su inmóvil y rútila convivencia de las vitrinas diferentes países y remotos reinados.

Allí las genmatas potatorias, que inspiraron a Plinio estas bellas palabras: «Bebemos en una cantidad de piedras preciosas; cubrimos de esmeraldas nuestras copas, y para embriagarnos nos consideramos dichosos teniendo toda la India en la mano».

Allí la pokal, que se alzaba en los banquetes germánicos. Allí las semejantes a las que poseían las Corporaciones de los Paises Bajos; copas que tentaron los pinceles de Rembrandt y de Franz Hals.

Allí las venidas desde la Italia medioeval y cuyo secreto revelaba el monje Teófilo en su Diversarum artium schedula, en cuyo prefacio advertía:«Si profundizas atentamente en este ensayo hallarás todo cuanto Grecia conoce sobre las especies y mezcla de diversos colores; toda la ciencia de la Toscana relativa a las incrustaciones y variedad de cincelados; todo lo que distingue la Arabia respecto de la fundición y cincelado de los metales; el arte con que Italia decora las diferentes especies de vasos, sea por medio del oro y de la plata, sea con marfil y gemas...»

Allí, sobre todo, la extravagante riqueza que predominaba en la vajilla del rey Luis XIV, y que comentaba el predicador René en su famosa obra Epay des merveilles de nature: «On boit un navire de vin, une gondole, un boulevart tout entier. On avale une pyramide d'hypocra, un clocher, un tonneau. On boit un oyseau une baleine, un lion, toutes sortes de bestes, potables et non potables...».

Y una tarde del último junio, al detenernos frente a estas vitrinas, que tanta riqueza y tan extraordinrio poder evocador contenían, las vimos casi vacías. Faltaban muchos de estos objetos, cuya desaparición se ha hecho ahora pública.

Preguntamos al celador de aquella sala. El celador se encogió de hombros.

- No sé. Los han trasladado a otro sitio...
- ¿A cuál?
- No sé...

Y como en el Museo del Prado los cambios, trastrueques y otras arbitrariedades eran demasiado frecuentes y constituían una temeridad endémica, creímos que, efectivamente, las joyas habían sido trasladadas de sitio.

Tres meses después, el 21 de septiembre, descubre un empleado del Museo y comunica al subdirector Sr. Garnelo lo mismo que nosotros descubrimos a primeros de junio. Claro es que al Sr. Garnelo no se le puede contestar que habían sido trasladadas las joyas.

En su prólogo al Cátalogo de Madrazo, dice D. Pedro Beroqui:

«En 14 de agosto de 1839 se entregaron al director del Museo, D. José Madrazo, las alhajas que Felipe V heredó de su padre, el Delfín de Francia».

«Estas alhajas las conservó mucho tiempo el pintor D. Domingo Sauni, conserje y aposentador del Palacio y Sitio Real de San Ildefonso, y en el reinado de Carlos III, sin duda, como estaban "pasadas de moda", y de ellas no se hacía uso ni se estimaba su mérito, se destinaron por Real orden de 1.º de septiembre de 1775 al Gabinete de Historia Natural, y allí estuvieron hasta 1813, que se las llevaron los franceses a París, sin tener el cuidado de embalarlas, siendo restituídas en 1815 y depositadas nuevamente en el mencionado Gabinete hasta que se llevaron al Museo»

«En 1866 se limpiaron las alhajas y se compusieron, sin poner ni quitar piedra alguna. La reproducción la hizo D. Pedro Zaldos»

«Al año siguiente colocáronse las joyas en en los escaparates ochavados, en forma de linterna -proyecto de D. Juan de Madrazo-, que se encuentran en la galería central del Museo»

«En el primero de éstos, según se entra, están las piezas de orfebrería de mesa y tocador, primorosamente labradas en el siglo XVI. Son 78 objetos de los 86 inventariados en tiempo de Carlos III; 36 en el andén inferior, 29 en el medio y 13 en el superior»

«En el segundo se colocaron los vasos de cristal de roca, de tan bellas formas, que, en opinión de D. Pedro de Madrazo, sólo pueden ser de Valerio Viccutino, los Misseronis o Sarrachis. En el andén inferior hay 25 piezas, 15 en el segundo y siete en el superior»

De todas estas alhajas han sido robadas las siguientes:

Vaso afilado con pie y base de género de bolla, todo de piedra sanguínea, labrado. La base, guarnecida con cuatro delfines y otros detalles. Todo de oro tallado y con un peso total de siete onzas en oro.

• Otro con hechura de copón, de ágata, con tapa hendida de oro tallado y esmaltado de blanco, azul, rojo verde translúcido, de ocho onzas de peso en oro.

• Otro de forma ovalada y armillerado de piedra blanca, pie y base de oro tallado. El rebajo es blanco, azul y verde translúcido, 10 onzas.

• Otro de ágata, hechura copón, terminado en dos cabezas de águila, ocho piedras ovaladas y ocho medios cuerpos representando figuras de Emperadores; otras siete piedras y tres figuras esmaltadas en blanco representando la Prudencia, Justicia y Templanza, de colores y transparente, 16 onzas.

• Otro con las figuras de la Fortaleza, Esperanza y Templanza. Remata en dos figuras.

• Otro de ágata, esmaltado. En la base 20 camafeos de varios tamaños. Tres onzas.

• Otro de dos piezas de plata dorada y ágata. En el remate, cuerpo y pie, 16 camafeos. Seis onzas.

• Otro forma copón, de ágata, con ocho piedras pequeñas, guarnecido de oro a modo de llama. El pie, de hojas, cintas y género de gallones.En la base una figura de cuerpo entero mantiene el vaso en una mano. Todo esmaltado. Nueve onzas.

• Otro abarquillado, de jaspe oriental y plata dorada, figuras de delfines tallados. Seis ochavas de oro.

• Otro forma barco, un filete de ágata, filigranas de plata dorada. Una onza de plata.

• Otro hechura de taza, de lapizlázuli. Cinco ochavas de oro.

• Jarro con tapa y asa de ágata. La tapa simula una negrita de medio cuerpo y de la misma piedra. En la cabeza de la figura un magnifico rubí. Dos onzas de oro.

• Vaso pequeño, forma de barco, de ágata. Onza y media de oro.

• Pieza forma pirámide, de piedra de diaspero de Egipto, en dos pedazos, tornillos y tuercas de oro embutidos, 51 rubíes (falta uno) y seis esmeraldas de gran tamaño. Onza y media de oro.

• Copa de piedra sanguínea, tallada de oro; orlas de plata con 12 diamantes de varios tamaños y 12 rubíes. Una onza.

• Un vaso, forma copón, de piedra blanca. La tapa representa un sátiro, y debajo tres ninfas esclavas. Tres mascarones esmaltados. En el pecho del sátiro un mascarón hueco. Doce onzas.

• Vaso de jaspe, de Sicilia, guarnecido de oro, con 56 esmeraldas grandes. Seis onzas de plata. En la boquilla tiene 40 camafeos.

• Otro de ágata con seis pájaros. Seis diamantes, 11 rubíes y 11 esmeraldas de varios tamaños. Dos y media onzas de oro.

El Museo del Prado era -y ojalá no lo siga siendo- feudo de unos cuantos señores que le miraban como cosa propia y no en el sentido de prestarle aquella atención y aquel amor con que rodeamos a nuestras cosas, logradas por el esfuerzo personal y el trabajo fecundo. Le miraban como propio, en el sentido de la indiferencia que sugiere el trato cotidiano y de la libre disposición que autoriza la consecuencia posesoria.

CONTINUARA.

Don Gaiferos (el "don" es imprescindible)