domingo, julio 20, 2003
CRONICAS DEL AIRE I
Admiróse un portugués
de ver que en su tierna infancia,
todos los niños, en Francia,
sabían hablar francés.
-Arte diabólica es
-dijo, torciendo el mostacho-,
que para hablar en gabacho
un hidalgo en Portugal
llegue a viejo y lo hable mal
y aquí lo parla un muchacho.
"El trabajo embrutece, envejece y nadie agradece", no cesa de repetirme, a diario, un colega que se dedica al mantenimiento de maquinaria hospitalaria. Me cansa ya la monserga, aunque en este verano en el que no gozaré ni de un solo día de vacaciones, es más que probable que, de una vez por todas, capte su "profundo" significado.
Hasta hace un par de días no estuve seguro de poder poner ni una letra hasta por lo menos el mes de Octubre, pero una feliz coincidencia ha cambiado las cosas. Resulta que para dar el gusto a la horda de rubicundos alemanes que durante gran parte del año le invade, el hotelito en el que me alojo se ha apuntado al confort de esa tecnología que nos va a permitir, de momento al menos, no perdernos de vista y mantenernos en contacto. Con todo, no dispondré de demasiada información, así que hacer cuenta de que lo que en adelante escriba tirara a ligero. Tan ligero, probablemente, que bien pudiera cambiar esa cabecera de CRONICAS DEL AIRE que he puesto, por la mucha más acertada de CRONICAS DE UN CABEZA HUECA. Vosotros mismos...
Hoy, día del Señor..., del señor que me paga, por supuesto, he acabado de delimitar lo que en el futuro será un pequeño embalse que se surtirá con el agua que Dios y dos hermosas cascadas tengan a bien dejarle. Mañana todo será ruido y tierra removida. No me apena demasiado. De hacer las cosas como es debido el estropicio será mínimo y el paisaje circundante quedara reforzado. Además, trampeando un poco, he podido evitar que una lozana higuera tan vieja como las pirámides tenga que ser desarraigada. Se lo debía. Aquí el sol llega a la piel con la contundencia de perdigones candentes, y si ella ha cuidado de mi cuadrilla y de mi, yo debía de cuidar de ella. De aurora boreal, vamos.
Mi lugar de trabajo me gusta. En un contrafuerte de la sierra hay un castillo, desmochado pero hermoso, rielante su piedra rojiza como los tizones de una fragua que se apaga. Es castillo armado por alarifes árabes. Hacia el este, lado contrario al de la desmoronada rampa de acceso, y por encima de un grupo de almendros despejados, el armazón de una escalera metálica deja intuir la entrada de una espelunca, antes camino secreto por el que en los tiempos difíciles los moradores de la fortaleza servianse la intendencia. Por el sur las colinas mudan en accidentada cuesta. Se ven viñedos, y en un hondón, por detrás de una muralla verde oscura, el campanario de una iglesia. A veces el viento trae puñados de sal marina y canela. Recuerdo que el capataz de mi cuadrilla ha prometido llevarme a cenar un exquisito bacalao y eso me abre el apetito. Esta tierra me encanta. La he visitado muchas veces y parece que la cadena que me ata a ella no esta por romperse. Si para bien o para mal no lo sé, pero he sido testigo de excepción de su imparable expansión: pequeños hoteles por doquier, campos de golf, establecimientos de comida rápida, discotecas de lo más in, campings para surfistas, tiendas al modo de las de Londres o París, carreteras mejoradas, urbanizaciones para adinerados ajenos al país... En fin, que la marea del progreso parece fluir imparable desde la costa en almoneda hasta el interior.
La ropa de Jatav siempre huele a especias y sardinas; estas ultimas, asadas, son su secreto vicio publico. Jatav es el dinámico "contremaitre" de mi cuadrilla. Jatav es indio, de Goa, la que fuera antigua colonia portuguesa en la costa de Malabar. Jatav es alegre y padre de seis hijas, nervioso, católico practicante, menudo, diestro con las cosas mecánicas, hincha del Benfica, hablador y un poco farsante. Jatav es el tipo más peligroso que he conocido detrás de un volante.
A Jatav le he hablado de los grandes matemáticos indios. Del que sigue también.
La tuberculosis y el matemático puro.
Un día, inmerso en la lectura de un libro que apenas recuerdo, anoté lo siguiente: «La lección que nos deja todo esto es -quizás- que no se puede legislar sobre el genio. Los teoremas de Ramanujan no son -supongo- la panacea universal, pero son muy hermosos y es bueno no olvidarlos. Ramanujan era, según parece, una mezcla agradable del funcionario indio corriente y del perfecto marginado social. La próxima vez, cuando un hombrecillo ligeramente casposo husmee, en plan apologético, por su puerta y diga que posee algunos resultados interesantes referentes al teorema de "Goldabach" o a la transformación del espacio en tiempo, o al modelo quark de las partículas elementales, será prudente, en beneficio de su propia reputación, que usted no le arroje como si se tratase de un loco. Podría posiblemente ser Srinavasa Ramanujan o Albert Einstein»
Sobre el trabajo de este desafortunado y su importancia -por ejemplo- en la teoría de números, hallareis clara mención en los enlaces que he puesto.
En fin, que me voy a Júpiter para ver que aspecto tienen las playas vecinas desde allí.
Cuando tenga un rato libre, más. Ser buenos y gastar poco.
de ver que en su tierna infancia,
todos los niños, en Francia,
sabían hablar francés.
-Arte diabólica es
-dijo, torciendo el mostacho-,
que para hablar en gabacho
un hidalgo en Portugal
llegue a viejo y lo hable mal
y aquí lo parla un muchacho.
"El trabajo embrutece, envejece y nadie agradece", no cesa de repetirme, a diario, un colega que se dedica al mantenimiento de maquinaria hospitalaria. Me cansa ya la monserga, aunque en este verano en el que no gozaré ni de un solo día de vacaciones, es más que probable que, de una vez por todas, capte su "profundo" significado.
Hasta hace un par de días no estuve seguro de poder poner ni una letra hasta por lo menos el mes de Octubre, pero una feliz coincidencia ha cambiado las cosas. Resulta que para dar el gusto a la horda de rubicundos alemanes que durante gran parte del año le invade, el hotelito en el que me alojo se ha apuntado al confort de esa tecnología que nos va a permitir, de momento al menos, no perdernos de vista y mantenernos en contacto. Con todo, no dispondré de demasiada información, así que hacer cuenta de que lo que en adelante escriba tirara a ligero. Tan ligero, probablemente, que bien pudiera cambiar esa cabecera de CRONICAS DEL AIRE que he puesto, por la mucha más acertada de CRONICAS DE UN CABEZA HUECA. Vosotros mismos...
Hoy, día del Señor..., del señor que me paga, por supuesto, he acabado de delimitar lo que en el futuro será un pequeño embalse que se surtirá con el agua que Dios y dos hermosas cascadas tengan a bien dejarle. Mañana todo será ruido y tierra removida. No me apena demasiado. De hacer las cosas como es debido el estropicio será mínimo y el paisaje circundante quedara reforzado. Además, trampeando un poco, he podido evitar que una lozana higuera tan vieja como las pirámides tenga que ser desarraigada. Se lo debía. Aquí el sol llega a la piel con la contundencia de perdigones candentes, y si ella ha cuidado de mi cuadrilla y de mi, yo debía de cuidar de ella. De aurora boreal, vamos.
Mi lugar de trabajo me gusta. En un contrafuerte de la sierra hay un castillo, desmochado pero hermoso, rielante su piedra rojiza como los tizones de una fragua que se apaga. Es castillo armado por alarifes árabes. Hacia el este, lado contrario al de la desmoronada rampa de acceso, y por encima de un grupo de almendros despejados, el armazón de una escalera metálica deja intuir la entrada de una espelunca, antes camino secreto por el que en los tiempos difíciles los moradores de la fortaleza servianse la intendencia. Por el sur las colinas mudan en accidentada cuesta. Se ven viñedos, y en un hondón, por detrás de una muralla verde oscura, el campanario de una iglesia. A veces el viento trae puñados de sal marina y canela. Recuerdo que el capataz de mi cuadrilla ha prometido llevarme a cenar un exquisito bacalao y eso me abre el apetito. Esta tierra me encanta. La he visitado muchas veces y parece que la cadena que me ata a ella no esta por romperse. Si para bien o para mal no lo sé, pero he sido testigo de excepción de su imparable expansión: pequeños hoteles por doquier, campos de golf, establecimientos de comida rápida, discotecas de lo más in, campings para surfistas, tiendas al modo de las de Londres o París, carreteras mejoradas, urbanizaciones para adinerados ajenos al país... En fin, que la marea del progreso parece fluir imparable desde la costa en almoneda hasta el interior.
La ropa de Jatav siempre huele a especias y sardinas; estas ultimas, asadas, son su secreto vicio publico. Jatav es el dinámico "contremaitre" de mi cuadrilla. Jatav es indio, de Goa, la que fuera antigua colonia portuguesa en la costa de Malabar. Jatav es alegre y padre de seis hijas, nervioso, católico practicante, menudo, diestro con las cosas mecánicas, hincha del Benfica, hablador y un poco farsante. Jatav es el tipo más peligroso que he conocido detrás de un volante.
A Jatav le he hablado de los grandes matemáticos indios. Del que sigue también.
La tuberculosis y el matemático puro.
Un día, inmerso en la lectura de un libro que apenas recuerdo, anoté lo siguiente: «La lección que nos deja todo esto es -quizás- que no se puede legislar sobre el genio. Los teoremas de Ramanujan no son -supongo- la panacea universal, pero son muy hermosos y es bueno no olvidarlos. Ramanujan era, según parece, una mezcla agradable del funcionario indio corriente y del perfecto marginado social. La próxima vez, cuando un hombrecillo ligeramente casposo husmee, en plan apologético, por su puerta y diga que posee algunos resultados interesantes referentes al teorema de "Goldabach" o a la transformación del espacio en tiempo, o al modelo quark de las partículas elementales, será prudente, en beneficio de su propia reputación, que usted no le arroje como si se tratase de un loco. Podría posiblemente ser Srinavasa Ramanujan o Albert Einstein»
Sobre el trabajo de este desafortunado y su importancia -por ejemplo- en la teoría de números, hallareis clara mención en los enlaces que he puesto.
En fin, que me voy a Júpiter para ver que aspecto tienen las playas vecinas desde allí.
Cuando tenga un rato libre, más. Ser buenos y gastar poco.