lunes, junio 09, 2003
Que Ruede Borges de Nuevo
Que Ruede Borges de Nuevo:
Tengo letras de un amigo que en cierta ocasión se cruzó con Borges. "Le vi tan de cerca que me pareció lejano", escribió mi amigo. Iba el viejo escribidor ciego con más escolta que el mismisimo Basileo, acariciando la empuñadura de un bastón chines. Su lázaro era un samurai de bigote ralo. Con mucho protocolo también, seis sombras por detrás, como manda el "Libro de Usos de Corte" de Bizancio, iba Ma-Kodama; el rostro especulo del de Cleopatra cuando le eran adversos los agüeros.
Mi amigo, a quién el apostólico don de lenguas adorna, nada ajeno al gusto del porteño por la lengua de Schopenhauer, alguna cortesía le dijo en ella. No hubo respuesta: ni una vacilación tenue en su andar sin luz; ni un gesto de forzado reconocimiento; ni un estremecimiento de su digna calavera. Como pasan las sombras pasó el poeta: hierático, ciego, sordo y mudo; acaso ajeno a los sentidos, buscando las dos últimas sílabas de un haiku definitivo que contuviera el alfa y el omega.
En tanto la comitiva se apiñaba y un monje, de mérito y rango, acercaba al ilustre gaigin hasta una columna con ideogramas grabados que luego pensaría con la punta de los dedos, mi amigo, sobre la harina cernida del cerezo en flor de un abanico, escribió:
Vi un hombre solo.
Y, en preciosa piedra,
su cortejo.
Este desencuentro tubo lugar en el templo de Senso-Ji, Tokio. Corría el año 1979.
En 1949 Borges escribió El Aleph. Este nombre es el correspondiente a la primera letra del alfabeto hebreo. En la Cábala designa el lugar del conocimiento total, el punto unívoco desde el que el espíritu percibe al unísono la totalidad de los fenómenos, sus causas y su sentido. En su forma, algunos pretenden ver la figura de un hombre que muestra el Cielo y la Tierra, aunque yo, oigan, ni con lupa saco tal semejanza. Por mucho que en El Aleph, Borges busque y encuentre ese punto Omega que todo lo hace posible, para mi, en comparación con el resto de su abultada obra, tal cuentecillo de viejas no deja de ser una pieza avejentada y pelma. Digamos que es un ejercicio en el que Borges ensaya, en un rapto de metafísico candor, sus muchas lecturas sobre literatura Sufí, Cábala, Alquimia, Tao...
En realidad, yo diría que El Aleph es un intento de novelar aquello que escribiera Willian Blake: "todo el Universo contenido en un grano de arena"; o esto otro atribuido a Hermes Trimegisto: "lo que está arriba es como lo que está abajo". Todo ello, por supuesto, entreverado con la matemática transfinita del genial Cantor. Porque esta es otra de no poca enjundia, en su breve obra "La Doctrina de los Ciclos (Inserta en "Historia de la Eternidad"), a fin de refutar la Tesis del Eterno Retorno del bigotudo Nietzsche, Borges también echa mano de los descubrimientos de Cantor. Algo tendrá el agua cuando la bendicen, digo yo.
Cantor fue un tío cojonudo que murió loco. Un individuo de totalidades. A Cantor siempre le interesaron los conjuntos de números con sus características y propiedades. Su hallazgo primero, aunque parezca una perogrullada, fue concluir que el conjunto de los números naturales, está compuesto por otros conjuntos con igual número de elementos que él conjunto primigenio mismo. De cajón: El conjunto de los números pares contiene la misma cantidad de elementos que el conjunto de los números naturales enteros. Veámoslo: Si al 1 (natural) le hacemos corresponder el 2 (par), al 2 (natural) el 4 (par), al 3 (natural) el 6 (par)..., vemos que a cada número entero natural, le corresponde otro número entero caracterizado por ser siempre par. Esto es válido para el conjunto de los impares, de los primos, de los múltiplos de 57, o cualquier otro conjunto que se os ocurra.
Veámoslo de forma harto más llamativa: Tomar una hoja de papel y marcar en él dos puntos, A y B, distantes diez centímetros uno de otro. Ahora trazar el segmento de recta que une ambos puntos. ¿Cuantos puntos hay en ese segmento? Cantor demostró que hay más que un número infinito. Para "puntear" completamente el segmento, necesitaríais un número de puntos mayor que el infinito: el número aleph.
¿Por qué? Muy sencillo, porque el número aleph es igual a todas sus partes. Si hacéis en vuestro segmento diez divisiones iguales, habrá tantos puntos en una de las partes como en el segmento entero. Pero hay más: Si construís un cuadrado partiendo del segmento, habrá tantos puntos en el segmento como en la superficie del cuadrado, e igual ocurrirá si construís un cubo, o un sólido de cuatro dimensione... Y así sucesivamente hasta el infinito.
El número aleph no se anda con componendas: de nada sirve sumarle, restarle, multiplicarle o dividirle, porque el tío permanece inmutable. En la matemática del transfinito, que estudia estos números, la parte es igual al todo. No obstante, hay un medio para pasar más allá del aleph, y es elevarlo a la potencia aleph. El número aleph elevado a la potencia aleph, es otro aleph. Si llamamos cero al primer aleph, el segundo es aleph uno, el tercero es aleph dos, el cuarto es aleph tres, y así sucesivamente. Si como hemos visto aleph 0 es el número de puntos contenidos en un segmento de recta, en una supeficie o un volumen... que no será aleph 1, nos preguntamos. Pues bien, se demuestra que aleph 1 es el número de todas las curvas racionales posibles contenidas en el espacio. En cuanto a aleph 2, existe una correspoindencia numérica que me callo porque me produce encogimiento y dolor de cabeza.
Tengo letras de un amigo que en cierta ocasión se cruzó con Borges. "Le vi tan de cerca que me pareció lejano", escribió mi amigo. Iba el viejo escribidor ciego con más escolta que el mismisimo Basileo, acariciando la empuñadura de un bastón chines. Su lázaro era un samurai de bigote ralo. Con mucho protocolo también, seis sombras por detrás, como manda el "Libro de Usos de Corte" de Bizancio, iba Ma-Kodama; el rostro especulo del de Cleopatra cuando le eran adversos los agüeros.
Mi amigo, a quién el apostólico don de lenguas adorna, nada ajeno al gusto del porteño por la lengua de Schopenhauer, alguna cortesía le dijo en ella. No hubo respuesta: ni una vacilación tenue en su andar sin luz; ni un gesto de forzado reconocimiento; ni un estremecimiento de su digna calavera. Como pasan las sombras pasó el poeta: hierático, ciego, sordo y mudo; acaso ajeno a los sentidos, buscando las dos últimas sílabas de un haiku definitivo que contuviera el alfa y el omega.
En tanto la comitiva se apiñaba y un monje, de mérito y rango, acercaba al ilustre gaigin hasta una columna con ideogramas grabados que luego pensaría con la punta de los dedos, mi amigo, sobre la harina cernida del cerezo en flor de un abanico, escribió:
Vi un hombre solo.
Y, en preciosa piedra,
su cortejo.
Este desencuentro tubo lugar en el templo de Senso-Ji, Tokio. Corría el año 1979.
En 1949 Borges escribió El Aleph. Este nombre es el correspondiente a la primera letra del alfabeto hebreo. En la Cábala designa el lugar del conocimiento total, el punto unívoco desde el que el espíritu percibe al unísono la totalidad de los fenómenos, sus causas y su sentido. En su forma, algunos pretenden ver la figura de un hombre que muestra el Cielo y la Tierra, aunque yo, oigan, ni con lupa saco tal semejanza. Por mucho que en El Aleph, Borges busque y encuentre ese punto Omega que todo lo hace posible, para mi, en comparación con el resto de su abultada obra, tal cuentecillo de viejas no deja de ser una pieza avejentada y pelma. Digamos que es un ejercicio en el que Borges ensaya, en un rapto de metafísico candor, sus muchas lecturas sobre literatura Sufí, Cábala, Alquimia, Tao...
En realidad, yo diría que El Aleph es un intento de novelar aquello que escribiera Willian Blake: "todo el Universo contenido en un grano de arena"; o esto otro atribuido a Hermes Trimegisto: "lo que está arriba es como lo que está abajo". Todo ello, por supuesto, entreverado con la matemática transfinita del genial Cantor. Porque esta es otra de no poca enjundia, en su breve obra "La Doctrina de los Ciclos (Inserta en "Historia de la Eternidad"), a fin de refutar la Tesis del Eterno Retorno del bigotudo Nietzsche, Borges también echa mano de los descubrimientos de Cantor. Algo tendrá el agua cuando la bendicen, digo yo.
Cantor fue un tío cojonudo que murió loco. Un individuo de totalidades. A Cantor siempre le interesaron los conjuntos de números con sus características y propiedades. Su hallazgo primero, aunque parezca una perogrullada, fue concluir que el conjunto de los números naturales, está compuesto por otros conjuntos con igual número de elementos que él conjunto primigenio mismo. De cajón: El conjunto de los números pares contiene la misma cantidad de elementos que el conjunto de los números naturales enteros. Veámoslo: Si al 1 (natural) le hacemos corresponder el 2 (par), al 2 (natural) el 4 (par), al 3 (natural) el 6 (par)..., vemos que a cada número entero natural, le corresponde otro número entero caracterizado por ser siempre par. Esto es válido para el conjunto de los impares, de los primos, de los múltiplos de 57, o cualquier otro conjunto que se os ocurra.
Veámoslo de forma harto más llamativa: Tomar una hoja de papel y marcar en él dos puntos, A y B, distantes diez centímetros uno de otro. Ahora trazar el segmento de recta que une ambos puntos. ¿Cuantos puntos hay en ese segmento? Cantor demostró que hay más que un número infinito. Para "puntear" completamente el segmento, necesitaríais un número de puntos mayor que el infinito: el número aleph.
¿Por qué? Muy sencillo, porque el número aleph es igual a todas sus partes. Si hacéis en vuestro segmento diez divisiones iguales, habrá tantos puntos en una de las partes como en el segmento entero. Pero hay más: Si construís un cuadrado partiendo del segmento, habrá tantos puntos en el segmento como en la superficie del cuadrado, e igual ocurrirá si construís un cubo, o un sólido de cuatro dimensione... Y así sucesivamente hasta el infinito.
El número aleph no se anda con componendas: de nada sirve sumarle, restarle, multiplicarle o dividirle, porque el tío permanece inmutable. En la matemática del transfinito, que estudia estos números, la parte es igual al todo. No obstante, hay un medio para pasar más allá del aleph, y es elevarlo a la potencia aleph. El número aleph elevado a la potencia aleph, es otro aleph. Si llamamos cero al primer aleph, el segundo es aleph uno, el tercero es aleph dos, el cuarto es aleph tres, y así sucesivamente. Si como hemos visto aleph 0 es el número de puntos contenidos en un segmento de recta, en una supeficie o un volumen... que no será aleph 1, nos preguntamos. Pues bien, se demuestra que aleph 1 es el número de todas las curvas racionales posibles contenidas en el espacio. En cuanto a aleph 2, existe una correspoindencia numérica que me callo porque me produce encogimiento y dolor de cabeza.